Este año volvemos a inaugurar un nuevo ciclo lectivo, llenos de esperanza que es la virtud necesaria de todo educador porque educar es un acto de esperanza[1].
Los educadores somos sembradores pacientes y alegres que sabemos que lo comenzamos hoy, dará frutos a largo plazo, quizás dentro de diez o quince años.
En la educación el largo plazo debe impregnar desde las prácticas pedagógicas del aula hasta las grandes políticas de Estado.
El largo plazo nos hace caer en la cuenta que el “tiempo es superior al espacio[2] y a los lugares. Por eso, la educación apuesta más al tiempo de una fecunda y perseverante enseñanza.
Pensar la educación a largo plazo nos ayuda a levantar la mirada más allá de las coyunturas y proponer caminos que transciendan la inmediatez y las urgencias de cada día.
El largo plazo nos permite soñar con la educación que queremos y buscar juntos consensos para alcanzarla.
Nos entusiasma la idea de emprender un camino juntos, donde la amistad social de lugar a la acción propositiva y confiada; abra la educación hacia una planificación a largo plazo superadora de todas las parcialidades.
El largo plazo en la educación nos ayuda a descubrir “que la unidad prevalece al conflicto”[3] y que el horizonte al que queremos que lleguen nuestros alumnos está más allá de un maestro, un director, un ministro o un gobierno por eso se requiere consensuar juntos un camino y metas a las que arribar.
Todo conflicto está llamado a ser solucionado por medio del diálogo franco y sincero, despojado de toda ambición política y personal. En el horizonte de nuestra tarea siempre deben estar los alumnos, ellos son la razón por la cual elegimos esta hermosa vocación docente. Toda discusión esta llamada a desarrollarse teniendo nuestra mirada puesta en el derecho de los chicos de estar en la escuela.
Prioricemos este año las escuelas y las aulas con los chicos aprendiendo, dándoles prioridad por sobre los conflictos. Enseñemos a los alumnos lo más importante para su vida sabiendo que ellos no olvidarán a los sembradores que dejan huella.
Enseñemos la fraternidad para lograr una cultura del encuentro y caminemos juntos “Hacia un Pacto Educativo Argentino” donde lograremos juntos, como los padres de la patria, soñar la Argentina y proyectar una educación que forme ciudadanos libres y comprometidos para con el bien común.
La fraternidad nos guía para educar en una cultura del cuidado, sin la cual no puede haber una paz social que promueva la dignidad y de los derechos de la persona siempre en colaboración con la familia como primera escuela de vida. La cultura del cuidado nos lleva también a educar para la construcción del bien común y del cuidado de la creación[4].
En el comienzo de este nuevo año de clases en nuestro país recordamos las palabras del Papa Francisco: “la educación constituye uno de los pilares más justos y solidarios de la sociedad”[5].
A María de Luján, Madre y Educadora, le confiamos este nuevo ciclo lectivo.
Los obispos de la Comisión de Educación, Conferencia Episcopal Argentina.
Notas:
[1] Mensaje en vídeo del Santo Padre Francisco a los participantes del Global Compact on Education. 15/10/2020
[2] EG 222
[3] EG 226
[4] Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la 54° Jornada Mundial de la Paz. 1/01/ 2021
[5] Mensaje del Santo Padre Francisco para la celebración de la 54° Jornada Mundial de la Paz. 1/01/ 2021
Queridos hermanos:
Nuevamente nos encontramos reunidos en torno a la mesa que el mismo Señor nos ofrece. Si nos detenemos un momento ante el misterio que estamos celebrando (y que tenemos la oportunidad de presidir cotidianamente) caeremos en la cuenta de la inversión que se ha operado en relación a la narración del Evangelio de hoy. Es que, en cada Eucaristía, Jesús nos invita a compartir su mesa, somos nosotros los invitados a un banquete de amor frente al cual no tenemos realmente como retribuirle ya que es Él mismo donándose por nosotros.
San Agustín dirá que antes de sentarnos a esta mesa pensemos bien qué estamos haciendo y nos preguntemos si estamos dispuestos a entrar en esta lógica: comulgando de él estamos invitados a prolongar en nuestra vida esta entrega.
Ese es el sentido de las palabras que repetimos en cada ordenación cuando entregamos a los presbíteros las ofrendas del santo pueblo fiel de Dios: “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”.
El Evangelio que escuchamos dentro del capítulo 14 de Lucas nos trae una propuesta paradójica. Jesús se encuentra otra vez comiendo en casa de un fariseo y es el centro de la atención de todos los comensales. Es para el Señor una oportunidad de retomar un tema del que había hablado en otra oportunidad (y que encontramos en el capítulo 6) cuando dice: “si prestan a aquellos de quienes esperan recibir que merito tienen, también los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente, más bien amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio y su recompensa será grande y serán hijos del Altísimo porque él es bueno con los ingratos y los perversos” (Lc 6, 34-35). Ahora, dirigiéndose al fariseo dueño de casa vuelve sobre su enseñanza proponiéndole un comportamiento paradojal: invitar a comer a quien no puede retribuirnos.
En el contexto de esta Eucaristía donde comenzamos nuestra Asamblea quisiera compartir tres ideas con ustedes.
La primera: el tema central del texto es la gratuidad. Se trata de ser generosos como lo es el mismo Dios.
De dar sin esperar nada porque el mismo dar ya es importante. Damos por amor y el que da desde el amor no espera recibir. Damos por el bien del otro, como dan los padres a los hijos solo por el gusto de que ellos estén mejor, de verlos felices. Así es como damos a los seres queridos. Es la enseñanza central en la que Jesús quiere exhortar a sus discípulos a ser desinteresados de modo de poder hacer el bien sin poner la mirada en la retribución que especula qué podrá recibir.
El que comparte lo suyo sin buscar recompensa en este mundo la recibirá de manos de Dios que es generoso en grado infinito.
Jesús plantea la inmensa libertad que supone el hecho de dar. Porque dar es un privilegio que conlleva la inmensa satisfacción que sentimos cuando damos libremente con generosidad. Lejos de quitarnos algo, el dar multiplica la libertad y la posibilidad de abrir nuestro horizonte. No en vano esta forma gratuita de dar es una virtud, se la llama liberalidad, porque concede libertad a las personas que así se conducen.
La segunda reflexión tiene que ver con este tiempo sinodal y con algunos elementos que surgen de la síntesis de esta etapa.
Se nos dice en la letra F del número 16 de la Relación final que trabajaremos estos días hablando de una Iglesia que escucha y acompaña. “A lo largo del proceso sinodal la iglesia se ha encontrado con muchas personas y grupos que piden ser escuchados y acompañados. La iglesia debe escuchar con particular atención, sensibilidad, la voz de las víctimas y sobrevivientes de abusos sexuales, espirituales, económicos, institucionales, de poder y de conciencia por parte de miembros del clero o personas que ejercen cargos eclesiales. La escucha autentica es un elemento fundamental del camino hacia la sanación, el arrepentimiento, la justicia y la reconciliación.”
En otras épocas hablar de Iglesia era un sinónimo de credibilidad. Hoy esta situación ha cambiado. Muchos, siguiendo en la atmósfera del banquete, podrán decirnos mientras compartimos la mesa cosas muy difíciles de escuchar porque se han sentido heridos y rechazados por la Iglesia en distintas circunstancias. Para nosotros que tenemos que poner la cara en nombre de la Iglesia estas situaciones no son realidades agradables, ya que tenemos que escuchar acusaciones de cosas de las cuales no somos plenamente responsables, o que responden a patrones culturales muy arraigados que no terminamos de erradicar como el clericalismo. Esta actitud se acerca a esta imagen de la mesa del banquete de la que habla Jesús.
Pero no se trata solo de escuchar y dar cauce a procesos de justicia, lo cual es muy bueno y necesario, sino de abrir el corazón como quien recibe en casa a un enemigo con quien es necesario reconciliarse y curar las humillaciones recibidas.
Toda víctima de un rechazo, de un abandono o un abuso nos incomoda y nos desinstala. En este caso, al tender la mesa recibimos nosotros una verdadera bendición.
En tercer lugar, es bueno reflexionar sobre la aplicación de este mensaje a la realidad del país porque implica un enfoque en la justicia, en la inclusión y la solidaridad. La síntesis del sínodo nos habla de recuperar a los descartados y dedica un amplio espacio a los pobres que piden a la Iglesia amor, entendido este como respeto, acogida y reconocimiento (punto 4 A). Piden de la iglesia una aceptación incondicional y gratuita de sus personas y el texto nos recuerda que para la Iglesia la opción por los pobres y descartados es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica (4 B).
Por eso, invitar a la mesa a aquellos que no nos pueden retribuir, afirma la importancia central que Jesús en el Evangelio da a la dignidad de las personas sin hacer cálculos en favor de aquellos que nos pueden ayudar o cuya palabra nos conviene o fijándonos en los cargos que ocupan. Simplemente, como a Jesús, nos importan las personas. Lo que cada una vive y sufre. Pero también lo que anhela y sueña. Nos importa promover al ser humano por su misma dignidad de hijo de Dios y hermano o hermana en Cristo.
El profundo deseo que tenemos de que el Papa Francisco visite nuestro país se traducirá sin duda en un encuentro muy esperado entre el pastor y su pueblo, nos ayudará a sanar heridas, a crecer en el aprendizaje del diálogo y a renovarnos en el espíritu misionero así podremos tender una mesa generosa en la que haya lugar para todos como insistió tanto en las jornadas de Lisboa.
Buenos Aires (Pilar), lunes 6 de noviembre de 2022.
Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Hermanas y hermanos de nuestra querida patria:
Día tras día vemos un pueblo que sufre. Pesa el agobio del desencanto, las promesas incumplidas, los sueños rotos. Pesa también la falta de un horizonte claro para nuestros hijos. Angustia sentir que es cada vez más difícil poner el pan en la mesa, cuidar la salud, imaginar un futuro para los jóvenes. Se suman el miedo a salir a la calle, la violencia y la agresión generalizada. Se hace sentir cada vez más la pérdida de los valores que sostenían la vida familiar y social.
Nos duele en el alma la deserción de los chicos del colegio, las aulas reemplazadas por una esquina o un rincón peligroso a la vista de madres impotentes. Volvemos a olvidar que la mejor política de seguridad es la educación.
No pretendemos ser expertos en diagnósticos, sólo recogemos el lamento y las lágrimas de la gente que nos encontramos en nuestros pueblos y barrios. ¿Qué hicimos de nuestra patria? A cuarenta años de la recuperación de la democracia vemos con dolor cuánto desaprovechamos las posibilidades que teníamos de construir una Argentina pujante y feliz.
Pero la bronca y el cansancio no son buenos consejeros. Invitamos con fervor a seguir confiando en el camino democrático con la esperanza de que estamos a tiempo. Siempre es posible renacer si lo hacemos entre todos. Siempre hay camino si somos capaces de conversar y de ponernos la patria al hombro. Este es un deseo que no sabe de grietas o partidos, es de un pueblo.
Por eso pedimos, rogamos a quienes poseen mayores responsabilidades que tengan la grandeza de pensar en el sufrimiento de muchos, más que en los intereses mezquinos. La gente necesita recibir propuestas concretas y realistas más que soluciones tan seductoras como inconsistentes. También espera que se sienten a escucharse y a discutir con respeto hasta encontrar puntos en común. Ansía caminar hacia un proyecto estratégico de desarrollo, que abra un horizonte de esperanza, dignidad, paz social, trabajo y prosperidad, privilegiando a los tirados al borde del camino.
Por otro lado, de ésta no zafa nadie. Dice Francisco: “Seamos parte activa en la rehabilitación y auxilio de las sociedades heridas… Es posible empezar de abajo y de a uno, pugnar por lo más concreto y local hasta el último rincón de la patria…” (FT 77-78). Nos inspiran muchos que ya lo están haciendo. Como hermanos y conciudadanos queremos invitarlos e invitarnos a cultivar los grandes valores de la honestidad, la laboriosidad, el respeto, el cuidado de la vida, la bondad, el servicio, la justicia. Sin ellos no habrá políticas ni proyectos que nos saquen del pozo. También la actividad política debería estar cimentada en una vida austera y coherente.
Nosotros como creyentes también proponemos un camino desde la fe. El Dios que nos dio la vida y nos quiere tanto puede darnos la fuerza para no bajar los brazos y seguir luchando. Porque si no actuamos hoy, dejaremos de ser protagonistas para convertirnos en espectadores fracasados.
Como pequeño gesto hemos decidido que todas las diócesis del país hagamos una misión visitando algunos de nuestros barrios donde viven los más vulnerables y abandonados.
Con todo cariño pedimos al Señor que bendiga nuestra patria y a la Virgen de Luján que no nos suelte de la mano.
Los Obispos reunidos en la 122º Asamblea Plenaria
Pilar, 26 de abril de 2023
El próximo 7 de agosto celebraremos la fiesta de San Cayetano, cuya devoción se multiplica a lo largo y a lo ancho de nuestra Patria y a quien nuestro pueblo siempre acerca el pedido tan concreto de “paz, pan y trabajo”, consciente de que, en estos bienes, se incluyen muchos otros bienes.
Pedir por el trabajo es pedir que todos los trabajadores y trabajadoras tengan derecho a vivir dignamente del fruto de sus esfuerzos cotidianos y a desplegar sus potencialidades y talentos para aportar al crecimiento de nuestra Patria. ¿Cómo no pedir a San Cayetano que todos los varones y las mujeres de buena voluntad puedan vivir dignamente del fruto de su trabajo?
Peregrinos de San Cayetano, también suplicamos el pan de cada día, como nos enseñó Jesús. El pan que alimenta nuestra vida y que diariamente se hace más inalcanzable a causa de la inflación asfixiante que padecemos y que genera miseria. ¿Cómo no pensar en la cantidad creciente de hermanos y hermanas que se acercan cotidianamente a los comedores, en los adultos mayores que no pueden comprar sus medicamentos, en las familias cuyos ingresos son cada vez más insignificantes? Como reza una canción: ‘no es posible morirse de hambre en esta tierra bendita del pan’. El pan que se pide para todos, el que se logra con el propio trabajo, es un clamor de justicia.
Pedimos también el pan de la fraternidad, porque el pan no se come en soledad, se comparte en la mesa de familia, en comunidad. ¡Cuánto necesitamos este pan en una sociedad agrietada y enfrentada donde no acabamos de entender que “nadie se salva solo” y parece imposible generar proyectos comunes, donde la verdadera brecha se agiganta cada vez más en relación a los últimos, a los que padecen la pobreza y peor aún la indigencia! ¡Cuánto bien nos haría dialogar y compartir el pan de las ideas y de las prácticas que construyan una fraternidad política, para pensar prioritariamente en quienes más sufren esta crisis y para buscar soluciones honestas y realistas que prescindan del uso clientelar de la necesidad de la gente! Se necesita más que nunca en los políticos un ejercicio de la responsabilidad que vaya más allá de los propios intereses. Así aparecerá en nuestro horizonte la paz y la amistad social, que también están incluidas en ese pedido sencillo y a la vez esencial de “paz, pan y trabajo”.
En estos tiempos complejos, en que ningún sector parece dispuesto a ceder en sus intereses, nos hará bien a todos los que somos dirigentes en distintos ámbitos -políticos, sociales, sindicales, empresariales, religiosos, etc.- dejarnos interpelar por las palabras del Papa Francisco: “La profundidad de la crisis reclama proporcionalmente la altura de la clase política dirigente, capaz de levantar la mirada
y dirigir y orientar las legítimas diferencias en la búsqueda de soluciones viables para nuestros pueblos”.[1]
Convocamos a todo el Pueblo de Dios a unirnos en oración por nuestra Patria, para que seamos capaces de responder con responsabilidad a las exigencias de este momento difícil.
Pedimos a la Madre de Luján que nos impulse a trabajar juntos para que el pan cotidiano no falte en nuestras mesas argentinas.
Buenos Aires, 30 de julio de 2022
Mons.Oscar V. Ojea, presidente de CEA
Mons. Marcelo Colombo, vicepresidente 1° de la CEA
Mons. Carlos Azpiroz Costa, vicepresidente 2° de la CEA
Mons. Alberto G. Bochatey, secretario general de la CEA
Notas
[1] Papa Francisco, Video mensaje a los participantes en el seminario virtual "América Latina: Iglesia, papa Francisco y escenarios de la pandemia", Jueves 19 de noviembre de 2020.
Nos reunimos en esta Semana Social, en forma presencial en Mar del Plata, bajo el lema “Integración y trabajo para una patria de hermanos” con una fuerte convocatoria al diálogo, la integración humana y la creación de empleo digno.
En este tiempo particular de nuestro país advertimos que nos encontramos frente al enorme desafío de aumentar la creación de trabajo con un salario digno que sostenga su poder adquisitivo, reiterando que los planes sociales son necesarios en la coyuntura, hasta la consolidación de modelos de economía popular sustentables, pero que es imprescindible un verdadero plan de Desarrollo Humano Integral que incluya un proyecto de repoblación de nuestro país para encausar la angustiante necesidad de tierra, techo y trabajo que tiene gran parte de nuestro pueblo.
A lo largo del encuentro, se destacó en todo momento al trabajo digno como el gran ordenador de la vida humana y la felicidad, entendiendo que la posibilidad de acceder al mismo no es un problema individual; es la consecuencia de un modelo que debe anteponer la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el acaparamiento, el bien común a la rentabilidad sectorial.
Recordamos que el empresario es una figura fundamental de toda buena economía. El verdadero empresario es el que conoce a sus trabajadores porque trabaja junto a ellos y con ellos. Escuchamos con atención a empresarios e industriales de todas las escalas, entre los cuales descubrimos coincidencias respecto de que no se puede generar empleo de buena calidad sin una presencia activa del Estado en apoyo a las empresas, en particular a las pymes, sobre la necesidad de construir consensos con articulación público/privado que genere estabilidad en las reglas. También se puso de relieve la oportunidad en nuestro país en las áreas de alimentos, minería, energía, turismo, servicios tecnológicos.
En lo político, prestamos atención a la necesidad de reconstruir la confianza en nuestro país y con ella, el sentido de pertenencia; de generar un acuerdo político, social y empresarial, buscando una visión superadora de la violencia ligada a la lucha por espacios de poder y que nos permita centrarnos en las verdaderas necesidades y búsquedas de nuestro pueblo; la necesidad de profundizar las políticas de redistribución del ingreso para cerrar la brecha social.
Escuchamos con preocupación los datos sobre la desigualdad económica en nuestra Patria, el modo en que la concentración excesiva de la riqueza en pocas manos desalienta el empleo nacional, estimula el ahorro fuera del país, el consumo externo y la fuga de divisas. Aunque se verifique crecimiento en la actividad económica o en el empleo, sigue habiendo un número inaceptable de hermanos en situación de pobreza
Estamos convencidos de que la Patria es tarea de todos, en especial en este tiempo en nuestro país y en la región en que asistimos a una instigación permanente al odio y al desencuentro, que nos impide reconocernos como hermanos y dar pasos trascendentes en términos de unidad
Necesitamos políticas públicas que salgan del cortoplacismo, necesitamos más responsabilidad y espíritu crítico ante el poderío mediático que, respondiendo a intereses económicos sectoriales, reduce la política al espectáculo o a la imagen privilegiando el rating, la descalificación, negando la discusión inteligente de las ideas y el discernimiento de la realidad.
También advertimos que es necesario defender el sistema democrático, teniendo presente que la administración de la vida en sociedad no es sólo tarea del poder político, sino que está condicionada también por otros poderes, como el judicial o el económico y que es tarea de todos cuidar la voluntad soberana del pueblo.
Como pastores a los que se nos confió esta tarea de iluminar la labor de la pastoral social del episcopado entendemos que no debemos cesar en todos los esfuerzos que sean necesarios para construir los acuerdos que permitan garantizar el trabajo digno y la integración para todos los habitantes de nuestro país.
“En el nombre de la fraternidad humana que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales” (FT285)
Señor, concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda. Nos confiamos a nuestra Madre que, más que nunca desde Luján hoy nos dice: ¡Argentina! ¡Canta y camina!
Comisión Episcopal de Pastoral Social
"Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común,
en la fracción del pan y en las oraciones". (Hech 2,42)
La publicación y entrada en vigor en el mes de mayo de 2022, de la nueva edición de la Liturgia de las Horas u Oficio Divino para el pueblo de Dios peregrino en Argentina, bien puede ser un verdadero “Kairós” para la renovación de la oración comunitaria y personal que bebe de la fuente siempre viva de la Sagrada Escritura.
Convocamos a nuestras Iglesias particulares a que, partiendo de la oración que acompaña el ritmo de la existencia cotidiana, avancen y profundicen en esta genuina experiencia de oración, que envuelve, transforma y dinamiza la vida entera.
Desde la vida
La historia de la salvación da cuenta de cómo Dios tiene siempre la iniciativa amorosa, misericordiosa y salvadora. En el seno mismo de la Trinidad se gesta la obra de la redención que rescata, sana y libera al género humano para renovar y transformar la vida de cada persona. El Padre, el Hijo y el Espíritu son diálogo de amor y se nos dan a conocer para hacernos participar de las riquezas de esa vida divina, de su amor y de su gracia. Por eso mismo, la oración es don de Dios que nos llama a entrar en la comunión de su alianza.
El Padre es tanto fuente como meta de la oración. Jesús, ahora junto al Padre, intercede constantemente por nosotros como único mediador entre Dios y los hombres, asociándonos a su oración, al mismo tiempo que es modelo y maestro de la nuestra. El Espíritu Santo ora en nosotros siendo también, vínculo de comunión y llevándonos a la unidad de vida por su acción en nuestro interior.
La Liturgia de la Horas es así, celebración de esa historia de la salvación, actualización del misterio pascual, santificación del camino de la existencia y auténtico culto en espíritu y verdad. Como afirma San Ambrosio “En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos”[1].
Estamos ante una ocasión propicia para renovar nuestra experiencia orante, abrevar la vida espiritual en las fuentes genuinas de la Sagrada Escritura y la liturgia, y profundizar en cada una de las dimensiones y aspectos de la oración cristiana.
En la vida
La Sagrada Escritura y toda la historia cristiana de gracia, pecado y santidad dejan ver claramente cómo los verdaderos encuentros con Dios son salvíficos por cuanto renuevan y transforman la existencia. Esos momentos hechos de alegría y de llanto, de dudas y gratitud, con mucho de lucha y sufrimiento, en alabanza y adoración por las maravillas divinas obradas en nosotros, tocan el interior mismo de las personas y, por eso mismo son verdadera y auténtica oración vital. “Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos”[2].
La Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo, se asocia cotidianamente a su cabeza y esposo, ofreciendo su oración de alabanza, acción de gracias y súplica permanente por la humanidad.
La Liturgia de las Horas es, entonces, oración comunitaria por antonomasia, voz de todo el santo pueblo de Dios -laicos, consagrados y ministros ordenados- y plegaria de cada comunidad, a la que conforma y estructura. Es genuina celebración litúrgica por cuanto hace memoria de la acción amorosa de Dios, alabándolo y suplicándole.
Es una buena oportunidad para redescubrir y revalorizar el carácter celebrativo y la dimensión comunitaria de la oración eclesial, favoreciendo la convocatoria y el encuentro comunitario para compartir la oración. La misma estructura de cada hora del rezo litúrgico tiene forma de celebración, por lo que, bien puede cobrar forma de verdadera fiesta del pueblo de Dios, cuando se la celebra adecuadamente aprovechando y potenciando cada uno de sus elementos y componentes.
Para la vida
El Dios de la alianza promete a su pueblo nueva vida y salvación. En Jesucristo nos muestra el horizonte de su Reino, dándonos a conocer la meta eterna de nuestra existencia y mostrándonos el sentido de nuestra esperanza verdadera. La oración nutre el deseo y el compromiso de vivir para llegar un día al Banquete celestial, anticipado en cada celebración eucarística, centro y meta de la entera vida eclesial y que, en la Liturgia de las Horas, encuentra una “preparación magnífica, ya que esta suscita y acrecienta muy bien las disposiciones que son necesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la esperanza, la caridad, la devoción y el espíritu de sacrificio”[3].
Oyendo la Palabra, contemplando las maravillas de Dios en la historia y respondiendo confiada, fiel y generosamente al Evangelio, nuestra existencia se va transformando, fecundada en la oración y fructificando en obras de amor.
La Liturgia de las Horas, entre el tiempo y la eternidad, va marcando el ritmo de nuestra existencia cotidiana como pueblo de peregrinos, iluminándonos con la Palabra cristalizada en el diálogo vital de los salmos, resonancia de todas las situaciones humanas. Así nos pone en perspectiva de eternidad, alentando la esperanza en el Reino e impulsando la misión de anunciar y testimoniar el Evangelio en cada ámbito y circunstancia de la existencia.
De este modo, se abre para nuestro pueblo fiel la posibilidad de adentrarse en un camino de escucha y aprendizaje, dejándose conducir por esa pedagogía propia de la palabra de Dios, sapiencial y mistagógica a la vez, que nos conforma cada vez mejor como auténticos discípulos misioneros.
Inspirados y motivados por el ejemplo del santo cura Brochero, quien llevaba siempre consigo el “breviario”, los presbíteros y diáconos están especialmente convocados a valorar y apreciar esta nueva edición de la Liturgia de las Horas para Argentina como oportunidad de renovar el amor por la oración de la Iglesia en la cual se sostiene su vocación y misión.
También a los consagrados y consagradas se los invita a redescubrir cómo “junto con la Eucaristía, y en íntima relación con ella, la Liturgia de las Horas, celebrada comunitaria o individualmente, según la índole de cada Instituto y en unión con la oración de la Iglesia, manifiesta la vocación a la alabanza y a la intercesión propia de las personas consagradas”[4].
Los fieles laicos siéntanse especialmente invitados y llamados a descubrir, asumir y participar de esta oración. Ella hace “un solo cuerpo y un solo espíritu” de cuantos están “dispersos por el mundo”[5]. El pueblo santo de Dios unido en la alabanza de la creación en la oración de las Horas, presta su voz a tantos hombres y mujeres que necesitan de nuestra intercesión ante el Señor.
Cada celebración, comunitaria o personal, del Oficio Divino será una ocasión para “rezar la vida” dejando que la luminosidad y suavidad de la Palabra divina, cale hondo en nuestro interior y responda de todo corazón, poniendo nuestras existencias en manos del Señor de la Vida. Así, cada una de nuestras historias de vida se transformará en historia de salvación, alianza de amor y comunión en la fe. Desde la misma vida trinitaria se nos comunica la revelación y la gracia que transforma nuestra propia vida, mediante la santificación cotidiana, al rimo del tiempo para que, de esta manera, se viva el mandamiento nuevo en la esperanza de la Vida eterna.
El Santo Padre nos dice que «el mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico, será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia»[6]. Deseamos que esta nueva versión de la Liturgia de las Horas para Argentina, permita crecer en la cercanía con el Señor y ese encuentro con él, siga transformando nuestras vidas. ¡Los invitamos, exhortamos y convocamos a ello con nuestro más cordial afecto de Pastores!
Los obispos de la Conferencia Episcopal Argentina
Notas
[1] San Ambrosio de Milán, Comentario sobre los salmos, (Salmo 1, 9-12: CSEL 64, 7. 9-10)
[2] San Ambrosio de Milán, o.c. idem.
[3] Ordenación General de la Liturgia de las Horas, n. 12
[4] Juan Pablo II. Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata. (1996) n. 96.
[5] Cfr. Misal romano, Plegaria eucarística III.
[6] Francisco, Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo (2018), n. 105.
En su primera encíclica, Ecclesiam Suam, San Pablo VI plantea la relación de Dios con la humanidad como un dialogo que comienza con el dialogo de la creación.
Existimos desde un dialogo. La palabra “hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” Gn. 1,26, nos hace entrar como seres humanos en una dimensión relacional a imagen de la Trinidad que se expresará en un dialogo con Dios, con los demás y con nosotros mismos y que se sostendrá durante toda la vida.
Ese dialogo continua con el dialogo de la Encarnación por el cual Dios mismo se une a nuestra naturaleza de un modo indisoluble y luego se prolonga a través de la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
“Antes de convertirlo, más aun, para convertirlo, el mundo necesita que nos acerquemos a Él y le hablemos…(con todo respeto, con toda solicitud, con todo amor), para comprenderlo, para ofrecerle los dones de la Verdad y de la Gracia de los que Cristo nos ha hecho depositarios. Para comunicarle nuestra maravillosa suerte de redención y de esperanza”.
Tenemos profundamente grabadas en nuestro espíritu aquellas palabras de Cristo que humilde pero tenazmente quisiéramos apropiarnos: no envió Dios a su hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él. Jn 3,17 (ES 34)
Más adelante en la misma carta pone cuatro características necesarias para el dialogo: este debe ser claro, confiado, sencillo y prudente.
Sin embargo muchas veces este dialogo fracasa o se hace imposible llevarlo adelante. La misma palabra de Dios en la liturgia de hoy nos da cuenta de diálogos que no fructifican.
El Libro de los Hechos nos trae el relato de Esteban en la antesala de su martirio, su testimonio no quiere ser comprendido por algunos miembros de una sinagoga y al no poder triunfar en la discusión, sobornan a algunos para que mientan y acusen a Esteban de blasfemar contra Dios y contra Moisés. Hoy diríamos: “arman” una operación de prensa y en poco tiempo instalan la mentira, excitan al pueblo y provocan el arresto de Esteban y la violencia que se seguirá con él.
En el texto del Evangelio, como aparece varias veces en el Evangelio de Juan, en una misma conversación y hablando del mismo tema Jesús se maneja en un nivel y las personas con las que dialoga en otro: “ustedes me buscan no porque vieron signos sino porque han comido pan hasta saciarse, trabajen no por el alimento perecedero” Jn 6,26
Él está hablando de la necesidad de la adhesión a su persona por la fe y ellos lo buscaban o para ser testigos de otros milagroso o para convertirlo en rey temporal.
Sabemos que al final del capítulo sexto, el señor estará a punto de quedarse solo, sin sus discípulos.
Encontramos hoy un contexto nacional y mundial reticente al dialogo y afecto al monologo. En la escena nacional todo es controversial. La primacía de las emociones y las pasiones divide familias y amigos. En este clima se hace muy difícil pensar y escuchar.
Nos llenamos de rencores y nos alejamos unos de otros. Muchas veces elegimos el silencio en nuestros encuentros y preferimos por temor al conflicto, evadirnos con temas triviales aunque es difícil encontrar algunos en los que no haya controversia.
Como telón de fondo en el plano internacional tenemos la realidad de la guerra y todas sus consecuencias humanitarias que pueden ir blindando nuestro corazón para sucesos tan tremendos como las muertes diarias de tantos, en especial la muerte de niños, la desesperación de los refugiados…
Todo esto unido al rápido enriquecimiento económico de algunos que lucran con las guerras y la venta de armas.
En todo este marco de inmensas dificultades el Magisterio de la Iglesia a través de encíclica Fratelli Tutti que vamos a reflexionar mañana, nos invita porfiadamente, a reconstruir espacios de encuentro y de dialogo.
Hemos sido creados para el encuentro y la relación, no solo para estar conectados sino relacionados. “La vida no es tiempo que pasa sino tiempo de encuentro…” va a decirnos al hablarnos del buen Samaritano. FT 66.
El fundamento de la fraternidad es nuestra dignidad de hijos de Dios que necesita de reconocimiento. No puede haber fraternidad sin dialogo porque este es la expresión primera de la fraternidad. El Papa Francisco va a poner de relieve actitudes sencillas y cotidianas que crean la atmosfera de humanidad necesaria para el dialogo y para confirmarnos en nuestra vocación fraterna.
El individualismo hace que la agresividad crezca sobre todo en épocas de crisis, sin embargo hay quienes cultivan la amabilidad cuidando no herir, intentando aliviar el peso de la vida del otro, alentando en lugar de despreciar y humillar. El amable deja a un lado sus ansiedades para sonreír y para generar un espacio de escucha, sabe pedir permiso, perdón y gracias.
Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar, para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el dialogo, me basta pensar que sería el mundo sin ese dialogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El dialogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, muchos más de lo que podamos darnos cuenta. FT 198
El diálogo es precisamente el corazón del proceso sinodal al que la Iglesia es convocada. En la última reunión de la Comisión Permanente a los obispos después de haber tenido un buen intercambio entre nosotros nos pareció bien darnos un espacio en esta plenaria para hacer nosotros un ejercicio de sinodalidad y responder a partir de nuestras visiones personales, nuestro parecer sobre cómo vamos haciendo nuestro camino común y que nos faltaría para estar a la altura de lo que la Iglesia hoy nos demanda como pastores
La Conferencia Episcopal es una expresión dialogal de colegialidad y comunión. La misión pastoral de animar la vida del Pueblo de Dios en la Argentina se nos confía como Colegio en el sentido teológico del término, la Conferencia es nuestra expresión de colegialidad, nos reunimos para profundizar la comunión, para orar juntos que es la forma primera y fundamental de comunión y luego iniciar un dialogo, pero no cualquier dialogo porque nuestros diálogos tienen como objetivo el discernimiento de la voluntad de Dios para nuestro pueblo.
Tenemos la responsabilidad de dialogar para llegar juntos a la manifestación de algunos indicios del querer de Dios para nosotros, para su pueblo que peregrina en la Argentina.
Es una responsabilidad pero sobre todo es una gracia para la que hay que disponerse y abrirse porque supone nuestra naturaleza y el Señor no es de avasallar libertades.
Le pedimos a la Virgen de Lujan, la patrona de nuestro pueblo argentino, que nos ilumine en estos días para enriquecernos con la diversidad de nuestras experiencias y miradas y alegrarnos pos descubrirnos nuevamente renovados en la gracia de la comunión fraterna.
Mons. Oscar V. Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
Buenos Aires (Pilar), lunes 2 de mayo de 2022.
Un versículo del salmo 34 nos dice “¿quién es el hombre que ama la vida y desea gozar de días felices?”. Esto expresa una síntesis de la sabiduría bíblica que no está ligada al intelecto que almacena muchas cosas, sino a la sabiduría de la vida que hilvana la trama de la realidad más compleja y tiene como horizonte la felicidad.
Como pastores de nuestra patria pedimos en esta Eucaristía el don de la Sabiduría del Espíritu Santo para que nos ayude a recorrer los caminos de este tiempo de crisis a la luz del Evangelio de Jesús.
En el pasaje del Evangelio que escuchamos, aparecen tres temas: el escándalo, el perdón y la fe.
La palabra escandalo alude a las piedras que ponemos en el camino de los demás, a los obstáculos que puedan hacerlos caer y sufrir heridas que lastimen.
Es fuerte la expresión de Jesús “tengan cuidado”.
La herida más grande que puede recibir el Pueblo de Dios de nosotros los Obispos, sacerdotes y laicos, es la falta de testimonio. La falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Profesar que adherimos a un estilo de vida sin vivirlo.
Por esto mismo San Pablo nos dice en la Carta a los Romanos “amen con sinceridad” es decir, que la “Caridad de ustedes no sea fingida”. No hay peor corrupción que la de la Caridad, porque la corrupción de lo óptimo es lo peor.
Vivir disociado, vivir una doble vida, produce escándalo en el pueblo de Dios y si esto se establece como un estado habitual, ya no es un pecado de debilidad sujeto al arrepentimiento y al perdón, sino que es corrupción.
En este primer encuentro después de tanto tiempo, alrededor de la mesa del altar, queremos renovar nuestro compromiso de vivir en la verdad, siendo testigos fieles, que tenemos el honor de servir al Señor y a su Pueblo.
El segundo tema del Evangelio es el perdón. Debemos darlo incansablemente porque hemos sido perdonados.
El perdón es un proceso que comienza con la escucha del otro. Esto me ayuda a ponerme en su lugar. El Sínodo sobre Sinodalidad se convierte entonces en un espacio extraordinario para vivir una Iglesia en salida, una Iglesia que sale a escuchar.
En este tiempo de tanta fragmentación en el que todos buscamos diferenciarnos y afirmarnos en nuestros derechos, que la Iglesia salga a escuchar, representa un cambio de paradigma, que significa no quedarse atrincherado en los propios discursos, buscando seguridades solo en aquellos con quienes tenemos afinidad de pensamiento y sensibilidad.
Escuchar no es una actitud pasiva sino activa en la receptividad, requiere silencio interior. Cuando tengo mucho ruido interno no puedo escuchar. Muchas veces pensamos que ya sabemos lo que el otro va a decir y jugamos interiormente a confirmar nuestro presentimiento. Escuchar supone una decisión, requiere vaciarme de mi mismo y dirigir mi pensamiento y mis sentidos hacia el otro. En el Evangelio de hace dos domingos el Señor nos daba un ejemplo del modo del escuchar cuando saliendo de Jericó, atravesando un verdadero bosque de ruidos, escucha el grito del mendigo ciego, jerarquizando el grito del pobre a las voces de la multitud que querían hacerlo callar. Para escuchar hay que saber jerarquizar lo más importante que sale del corazón de mi hermano.
Hay que saber escuchar lo que se esconde detrás de las palabras y sonidos, descubrir lo que le está pasando en realidad a mi prójimo, del modo como una madre sabe distinguir en el llanto de su hijo si se trata de hambre o sueño o cansancio o una enfermedad.
Esta escucha que es el primer paso del proceso del perdón nos deja a la puerta del comienzo del capítulo VII de la Encíclica Fratelli Tutti, en el que el Papa nos plantea un camino de reencuentro, recomenzando por la verdad. “Reencuentro no significa volver a un momento anterior a los conflictos. Con el tiempo todos hemos cambiado, el dolor y los enfrentamientos nos han transformado, además ya no hay lugar para diplomacias vacías, para disimulos, para dobles discursos, para ocultamientos y para buenos modales que esconden la realidad. Los que han estado duramente enfrentados conversan desde la verdad clara y desnuda, les hace falta aprender a cultivar una memoria penitencial capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones.
Solo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos. El proceso de paz es un esfuerzo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre paso a paso a una esperanza común, más fuerte que la venganza.” (FT 226)
Nosotros nos sentimos hondamente comprometidos para llevar adelante este camino de reencuentro entre todos los argentinos.
El tercer tema del Evangelio es la Fe. Queremos pedirla repitiendo la oración de los Apóstoles “auméntanos la fe” (Lc. 17.5). Sabemos que es puro don de Dios, que nuestra fe es débil y frágil. Es una relación personal con Jesucristo que venimos llevando desde hace tiempo en nuestra vida. Este vínculo nos da fuerza y valentía para enfrentar realidades dolorosas y complejas. Nos ayuda a aceptar el sufrimiento con la conciencia que el mal no tiene la última palabra entre nosotros. Nos hace saber que Dios actúa en su pueblo y en cada persona. Y finalmente nos hace salir de nosotros mismos y nos lleva a darla y a entregarla, no nos deja inmóviles sino que nos lleva a transmitirla, no para convencer sino para ofrecer un verdadero tesoro que constituye lo mejor que nos pasó en la vida.
Mons. Oscar Vicente Ojea, obispo de San Isidro y presidente de la Conferecia Episcopal Argentina
Para el Papa Francisco los sueños no tienen nada que ver con lo ilusorio sino que para él, constituyen el primer paso para la concreción de realidades. No son deseos incumplibles que se expresan de modo inconsciente sino que como queda claro en Querida Amazonia al plantear el sueño social, ecológico, cultural y eclesial, son verdaderos impulsos que se despliegan en propuestas concretas. En este caso son el resultado de un Sínodo en el que se expresó de un modo contundente la Alianza y el compromiso de la Iglesia con las comunidades vulnerables de la región en su lucha por la dignidad humada y por los derechos humanos.
El Papa Francisco también destaca la importancia que tienen los sueños cuando cita reiteradamente este texto del profeta Joel: “Derramare mi espíritu sobre toda carne, sus hijos e hijas profetizaran, sus ancianos tendrán sueños y sus jóvenes verán visiones”.
Queda muy claro aquí que la búsqueda de horizontes para los jóvenes solo se podrá concretar si se insertan como una verdadera raíz en la memoria de los ancianos evitando la ruptura de las generaciones y la fragmentación.
La pandemia que abarca a toda la humanidad ha puesto de manifiesto, como lo ha dicho el Papa reiteradamente, una gran desigualdad e inequidad.
Al comienzo de la cuarentena pudimos comprobar que en muchas regiones de nuestro país no se podía vivir el distanciamiento social, que había manos que no podían lavarse por falta de agua y falta de cloacas, distancias que no podían tomarse por la precariedad e las condiciones de vivienda en muchos sectores de nuestra Patria.
Luego se fue revelando gradualmente que la pandemia vino acompañada por otras pandemias: el aumento de la pobreza, la falta de trabajo y la asechanza del hambre. En este momento la desigualdad se manifiesta claramente también en la falta de equidad en la distribución de las vacunas en el mundo entero. Vivimos en un mundo en el que la pobreza más desgarradora convive con la riqueza más inconcebible. El 1% de los habitantes del planeta concentra en sus manos la mitad de la riqueza del otro 99% a esta situación se ha unido el maltrato de la tierra que ha sido seguramente una de las causales más profundas de la pandemia, algo se ha desmadrado y ha salido de su ambiente natural propio para perjudicar a la humanidad.
En esta circunstancia no podemos darle la espalda a tanto dolor, a tanta muerte y a tantos hermanos y hermanas doloridos por haber perdido seres queridos. Por eso debemos detenernos y pensar profundamente en un cambio de rumbo que nos conduzca a una nueva humanidad.
Para el Papa nos encontramos frente a una nueva oportunidad para poder mejorar cualitativamente nuestra convivencia social, para poder combatir el hambre y el cambio climático y la violencia generalizada, se impone un cambio cultural que nos permita salir de la cultura del descarte y entrar en la cultura del servicio.
Debemos vivir algo semejante al gran Jubileo Bíblico, este era un tiempo que se vivía cada 50 años y que tenía la sabiduría de reparar, perdonar y restablecer vínculos, era un volver a hermanarse con la naturaleza y recrear la convivencia social.
En el libro Soñemos Juntos el Papa Francisco nos invita a no perder contacto con la realidad, debemos dejar de sentirnos blindados por la indiferencia pensando que lo mejor es “no sentir”.
En medio de la pandemia ha aumentado enormemente el consumo de drogas. Más allá del drama que esto significa para nuestras generaciones más jóvenes las adicciones representan el símbolo más claro de una cultura evasiva, de una cultura que huye de la realidad y que nos invita a distraernos de ella. Esta civilización de la imagen que vivimos nos hace correr el riesgo de hacernos creer que estamos en contacto con la realidad pero en cierto sentido nos impide mirarla de frente. En este proceso debemos superar el narcicismo, el desánimo, la queja y la tristeza que nos mueven a cerrar los ojos y a refugiarnos en nuestro bienestar.
Los 8 primeros capítulos del libro de Nehemías nos hablan de la reconstrucción del templo de Israel luego del exilio. En ese tiempo se vivió una alegría profunda por el reencuentro del pueblo con sus verdaderas raíces: “La alegría del señor es nuestra fortaleza”.
A semejanza de esta situación es imperioso para nosotros reconstruir nuestra convivencia social y nuestra relación con el planeta iniciando procesos que nos permitan cambiar estilos de vida, repensar hábitos de consumo, avanzar hacia una educación en la austeridad y en el uso ordenado de los bienes, necesitaremos un nuevo humanismo y la irrupción de la fraternidad para terminar con la globalización de la indiferencia y la hiperinflación del individuo.
Una crisis es el resultado de haber olvidado quienes somos, por eso debemos recuperar valores e ir a las raíces, sabernos amados por Dios, confiar en Él y transformar el miedo en esperanza.
Para realizar este cambio agradecemos al Papa Francisco todo su magisterio en tiempo de pandemia, sus homilías, las catequesis para “Curar el Mundo” y particularmente su Encíclica Fratelli Tutti.
El carácter y la fibra de un pueblo de manifiestan en el modo de responder al sufrimiento. Es fundamental trabajar en el sentido de pertenencia al pueblo ya que una persona desarraigada y sin pertenencia es muy fácil de dominar y manipular. El Señor nos ha confiado la vida humana para poder servirla, la vida nunca es una carga, exige que le hagamos lugar ya que si nuestra autonomía exige la muerte de una persona entonces nuestra autonomía no es otra cosa que una jaula de hierro. En el mismo libro Soñemos Juntos Francisco cita un antiguo Midrash sobre la torre de Babel que era un verdadero monumento al ego del pueblo. En su construcción buscaba llegar al cielo. Si se caía un ladrillo se detenía el trabajo y el albañil negligente era castigado con severidad pero si un obrero caía y se moría, el trabajo continuaba como si tal cosa, el trabajo del obrero era reemplazado enseguida. Es necesario definir que nos importa más si el ser humano o el ladrillo. O ponemos en el centro al dinero o bien a la persona humana creando una lógica de misericordia y del cuidado.
Que en esta semana de la Pastoral Social podamos poner los cimientos para desplegar el sueño hacia una humanidad nueva.
Lunes 12 de julio de 2021. Año de San José.
Mons. Oscar Ojea, obispo de San Isidro y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina
En la dura realidad de estos días, en la dramática extensión de la pandemia con su secuela de enfermedad y muerte, se han acentuado la pobreza, la exclusión, la falta de trabajo, así como las expresiones de un creciente enfrentamiento político.
Pero también en este tiempo hemos visto la extraordinaria fortaleza y el aporte sostenido y generoso de los sectores esenciales, particularmente de los médicos, enfermeros y personal de la salud, y de todos aquellos hombres y mujeres que prestan importantes servicios en la vida cotidiana.
Como obispos, queremos también agradecer a los “esenciales” de nuestras comunidades, esa inmensa multitud de catequistas y consagrados, voluntarios de Cáritas y otros agentes pastorales, inclusive de otras confesiones religiosas e Iglesias hermanas, que atraviesan esta pandemia, visitan pobres y enfermos, llevándoles el abrazo de la fe con una creatividad que merece todo nuestro reconocimiento.
En los tiempos del Diálogo Argentino, se buscó superar la crisis con la participación de todos los sectores, como una herramienta para construir un nuevo tiempo en nuestra Patria. Renovamos nuestra convicción de que el diálogo es el camino para afrontar juntos, como comunidad nacional, esta etapa difícil y exigente. Por ello es imperioso procurar la máxima eficacia en la adopción de aquellas medidas sanitarias necesarias y razonables para evitar el incremento de la difusión del virus y conjugarlas con el máximo respeto a los derechos y garantías consagrados por nuestra Constitución. En esa perspectiva, queremos expresar como creyentes que la libertad religiosa, especialmente de culto, es un aspecto esencial del bienestar integral de la población y el fortalecimiento espiritual de las personas.
Queremos pedirles a los dirigentes de todos los sectores, auténtica capacidad de liderazgo para ejercer con nobleza la vocación política, comunicando claramente la situación en cada momento, suscitando y alentando el compromiso y el empeño de todos, dejando de lado descalificaciones y posturas que promuevan el resentimiento y la división. “La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo.” (Papa Francisco, Fratelli tutti n. 178)
También nosotros, como parte de esta sociedad, nos comprometemos a contribuir con espíritu de servicio según nuestras posibilidades. Todos queremos “salir juntos y mejores” de esta crisis de la pandemia y de sus múltiples consecuencias.
En este tiempo pascual, más que nunca, como pastores en medio de un pueblo crucificado, les anunciamos a Jesucristo, el Señor, muerto y resucitado. Él es la fuente de la esperanza, de la fortaleza en la prueba, de la alegría y de esa virtud para tiempos duros que es la grandeza de alma para entregarnos a los demás con todas nuestras fuerzas.
Ponemos en las manos y en el corazón de Nuestra Señora de Luján la salud, la vida y las aspiraciones de dignidad de nuestro pueblo.
Los Obispos de la Argentina
Asamblea Plenaria Extraordinaria Virtual
Buenos Aires, 21 de abril de 2021