Sábado 7 de diciembre de 2024

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Corpus Christi

Homilía de monseñor Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis, en la solemnidad del Corpus Christi 2024

“¡Vayan! yo los envío…! (Lc 10, 1-9)”
“…yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 19-20)”
“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy en medio de ellos (Mt 18,19-20)”
“La experiencia misma de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)”

Vemos en todas estas citas, diferentes modos y presencias de Jesús en medio nuestro…

Jesús nació ocultamente en Belén y Dios lo ha ido manifestando a los pastores y a los pueblos paganos (magos de oriente), la estrella ha servido de guía. Vivió oculto en Nazareth junto a sus padres y fue creciendo en edad, sabiduría y Gracia frente a Dios y frente a los hombres. Hasta que finalmente y, cumpliéndose las promesas comienza su ministerio público que supuso, elecciones y llamados. Caminar juntos, crecimiento en conocimiento y amistad con sus apóstoles y sus discípulos. Hasta llegar la verdadera hora de pasar de este mundo al Padre, pero antes, de dar su prueba de amor final y definitivo en la cruz, antes de este momento culmen en su vida y en la vida de la humanidad, se sentó junto a los Apóstoles para celebrar con ellos la Pascua, e instituir la Eucaristía. Inaugurando de este modo el Memorial, y mandándoles que repitieran este gesto en su memoria.

Llegar a celebrar la Eucaristía junto a los Apóstoles fue la culminación de una etapa…, la apertura a la etapa siguiente y final. Fue la nueva Pascua, la nueva Alianza que entrega de una vez y para siempre y rememoramos en cada una de las Eucaristías que celebramos. Muerte y Resurrección no serán ya sino, dos hermanas inseparables para entender el Misterio completo del amor y la redención de Dios por los hombres.

Así nos llegamos ante cada celebración Eucarística.

Jesús se nos hace presente de muchas y variadas formas a lo largo de la vida (basta recordar aquellas pequeñas citas que hice al inicio de la homilía).

A Dios nada lo contiene, ni lo limita, ni lo encierra. Su presencia es tan infinita como su amor.

Aun así, ha querido quedarse de una manera muy especial, como lo es en la Eucaristía. Que es el gran encuentro de la Comunidad…, de la Iglesia, con su Señor y su Dios que nos une en comunión. Que nos llama a la comunión y que como pueblo nos salva y nos hace partícipes de este Misterio de su presencia viva y verdadera.

La Eucaristía nunca debe ser vivida como un encuentro individual con Dios. Nunca es el alimento de uno solo, sino el pan vivo y verdadero que se parte y se reparte para la comunidad, para la Iglesia, como fuente y como culmen de nuestra fe. Alimento para todos.

Para poder llegar a Dios, para poder conocer a Dios, debemos estar dispuestos a amar y a dejarnos amar. El que ama, conoce a Dios por que Dios es amor… (1Jn 4,8), nos recuerda en su primera carta San Juan. Y este acto de amor es el que nos orienta luego al paso de la razón, de la comprensión, del entendimiento.

La fe ilumina nuestra vida y la razón nos ayuda a profundizar el conocimiento del Misterio. Pero la razón jamás lo agotaría.

El debate más justo entre fe y razón se produce dentro de la misma persona, el acto supremo de la razón humana es reconocer que hay algo por encima de ella, engrandece a la razón porque la trasciende. La fe no se opone a la razón, la presupone, como la Gracia supone a la naturaleza. Vemos esta pasión por la búsqueda de la verdad en Agustín de Hipona, Tomas de Aquino… juan Pablo II, Benedicto XVI (relato de Card. Raniero Cantalamessa, 2ª predicación cuaresma 2024)

Por esto mismo, no podemos reducir nuestra formación y nuestro crecimiento en la vida cristiana, en la vida de fe, como si fuera una mera acumulación de conceptos y doctrinas. La razón nos debe llevar al encuentro con Cristo.

Esto mismo es fundamental que se refleje en nuestras catequesis. Tanto en las catequesis de los niños como de los adultos. No solo llenarlos de conceptos, sino de llevarlos al encuentro con Cristo. La catequesis debe ser ese gran espacio en nuestras parroquias que fortalezcan la vida de las comunidades porque nos lleva al alegre encuentro con Jesús. Y que la primera comunión no sea un acto ritual y social sino el inicio de un gran camino de discipulado en la Iglesia. Que nuestras celebraciones de la primera comunión no sean jamás el final de la catequesis sino el inicio del gran proceso de un camino de fe profunda.

Debemos llegar al verdadero corazón del mismo Jesús que es mucho más que quien nos ilumina… ¡Él es la luz…!, ¡Él es la verdad…!, ¡Él es el camino…!

Debemos encontrarnos con Él. Nuestra vida de fe solo será verdadera si llegamos al encuentro con Él. Jesús es el abrazo de Dios. Jesús es el rostro visible de Dios a quien podemos llegar porque ha salido a nuestro encuentro. Lo podemos encontrar justamente, porque Él nos encontró primero.

Hoy celebramos su presencia como Pan de Vida.

La Secuencia de la liturgia de hoy, previa a la lectura del Evangelio, nos dice:

“Lo que no comprendes y no ves es atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.”

La fe supone y supera a la razón. La fe puede ver lo que los sentidos no alcanzan a percibir. La fe es alimentada justamente con esta presencia real oculta a los sentidos.

El mundo no podrá verlo sin la luz de la fe.

En este sentido, nosotros no debemos ser del mundo. Nos separamos del concepto del mundo que vive a espaldas de Dios, pero al mismo tiempo, nos comprometemos firmemente a involucrarnos en ese mundo amado por Dios, donde se encuentra la humanidad toda. En esa humanidad y en cada prójimo debemos también reconocer al Dios oculto en el hermano y que sale a nuestro encuentro cotidianamente en el camino de la vida misma. En el camino y en el tiempo de la historia y de la humanidad. Dios no es indiferente al grito del sufriente, del pobre, del explotado, del abatido, del doliente.

Ese mismo corazón y sensibilidad debemos tener nosotros.

Jamás debemos olvidarnos de aquellas preguntas que serán nuestro cuestionario al final de la vida, en el llamado Juicio final: Lo que le hiciste las más pequeño a Mí me lo hiciste… (Mt 25, 31-46).

La fe y la vida caminan siempre de la mano. En forma inseparable.

Jesús se hizo hombre, se revela desde la humanidad y en esta misma humanidad encontramos nuestro camino de salvación porque desde aquí mismo fuimos redimidos.

Cada vez que nos acercamos al encuentro íntimo con el Señor en la Eucaristía, renovamos este íntimo compromiso de encuentro con Él en la historia. No podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no amamos a nuestros hermanos de camino.

Sería un errado camino espiritual si nuestra fe no nos lleva a ser otros Cristos. A ser discípulos de Cristo… a vivir con Él y como Él en el mundo.

Sería una espiritualidad mundana si esta intimidad con Dios me separa de la realidad y me hace indiferente a los hermanos de camino. A la realidad del mundo sufriente por el que Jesús mismo ha dado la vida.

Fe y vida. Cabeza y corazón. Comprensión y vivencia.

No debemos creer como si solo fuera un acto de la razón sin llevarlo a la vida. Con nuestras propias limitaciones y contradicciones debemos seguir creciendo en el camino de la fe como Iglesia peregrina en medio del mundo.

La Eucaristía solo se da en la Iglesia como verdadero signo de comunión. Pastores y fieles todos nos alimentamos para salir al encuentro, para ser testigos, para estar en medio del mundo como luz en medio de las tinieblas.

Que esta Eucaristía nos ayude a crecer en la fe y en la comunión.

Nos ayude a construir una Iglesia en comunión. Sabiendo superar dificultades que no son esenciales. Nos ayude a crecer en fidelidad a ese compromiso y envío de ser portadores de la Buena Noticia de la salvación para el mundo entero. No para unos pocos.

Por último, le ruego a cada sacerdote y a cada comunidad parroquial que, en cada celebración de la Eucaristía, así como con tanto amor van preparando los vasos sagrados y todo lo necesario para una digna y rica Liturgia, de la misma manera esa buena preparación, suponga el cuidado y la recepción de los fieles que se acercan. Que nuestras Eucaristías, sean cada vez, más participativas. Que todos se sientan invitados y convocados a participar activamente, no como receptores pasivos.

En cada Misa es tan importante el sacerdote como la comunidad toda, porque como dije antes, no se trata de un acto aislado e individual, sino de una acción eclesial. Es la Iglesia toda la que se une en comunión en cada Misa y ese signo se visibiliza al abrir la participación en gestos concretos.

Que no sean siempre los mismos los que hacen todo.

Cuidemos el detalle de invitar a participar en las lecturas, en las ofrendas…

Que nunca nos acostumbremos a ser anónimos y desconocidos que nos sentamos en los mismos bancos sin conocernos… sino que esta participación activa y abierta nos haga sentir cada vez más fuertemente parte de la Iglesia y en ella, parte del mismo Cristo a quien buscamos.

Que los ministerios de música que acompañan las celebraciones reflejen tanto la sacralidad de lo que se celebra como también, hagan visible la alegría de la Buena Noticia de Cristo que ha vencido a la muerte resucitando, luego de haber dado su vida.

Que nuestras celebraciones de la Santa Misa, fortalezcan justamente la construcción de comunidades…, de una Iglesia viva y participativa, donde todos se sientan invitados a este banquete Pascual, al encuentro con el Dios Vivo y Verdadero. A la vida en plenitud.

Hoy como Iglesia salimos a la calle a testimoniar nuestra fe en la Eucaristía fuera de los templos, en procesión solemne. La Iglesia desde hace años mantiene esta solemne tradición y hoy la actualizamos. En nuestra sociedad muchos grupos, escuchamos decir muchas veces: “han ganado la calle”. Ese es un espacio que tampoco debemos perder, hay que cuidarlo y saber adaptarnos a los tiempos. Hoy, el Papa Francisco nos impulsa a ser una Iglesia sinodal y en misión. Eso se logra “caminando juntos” y “escuchándonos” seriamente sin duda: “en la calle”, solemnemente como hoy…, pero especialmente en la sencillez y cotidianeidad de la vida misma.

La tecnología nos habla hoy de los Algoritmos… ellos hacen que, desde las redes, se nos haga ver lo que queremos ver según nuestros intereses. Eso es muy peligroso porque terminamos viendo siempre lo que nos agrada y lo que se acerca a nuestro pensamiento y nos puede llevar a pensar erróneamente que “todos miramos hacia el mismo lado”. Y todos recibimos el mismo convencimiento por lo que se nos presenta, es: ¡muy peligroso…! La conversación en el Espíritu… la actitud sinodal con la que estamos llamados a construir nuestra Iglesia hoy, es todo lo contrario: es un verdadero llamado a la conversión, a los cambios de estructuras caducas, a fin de aprender a caminar juntos y a escuchar con un corazón abierto y que discierna con la ayuda del Espíritu a todos. También escuchando al que piensa distinto, porque Dios nos puede decir algo por medio de él buscando hacer no solo nuestra voluntad, sino la de Dios, inspirada por el buen Espíritu, es decir: ¡lo contrario a los Algoritmos…!

Los invito que, al finalizar la Misa, en la procesión… pero sobre todo en la vida misma pongamos en práctica este camino que está asumiendo hoy la Iglesia. Sin duda, así de forma profunda y no superficial, podremos renovar su rostro con la fuerza de la verdadera Tradición y no solo con cenizas del pasado que poco pueden ser comprendidas hoy,

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis