Martes 28 de octubre de 2025

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No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto. (Rm 12,2)

Queridas comunidades que peregrinan en el sur entrerriano.

Con esas palabras del apóstol Pablo deseo introducir esta reflexión fraterna, dirigida a toda la comunidad diocesana, especialmente a las familias, a los catequistas, a los educadores y a todos los agentes de pastoral.

1. Discernir con la serenidad del Evangelio
Vivimos en una sociedad pluricultural e interconectada, en la que los límites entre las tradiciones propias y las costumbres ajenas se desdibujan con rapidez. Es comprensible que se introduzcan en nuestras comunidades prácticas de todo tipo que no siempre coinciden con los valores del Evangelio, o incluso, en algunos casos, los contradicen. Ante esta realidad, el discípulo de Jesús no puede responder desde el miedo o la condena, sino con la serenidad que brota del Espíritu, porque "el que posee el Espíritu puede discernir todas las cosas" (ICo 2,15). La Iglesia no vive de reacciones impulsivas, sino de convicciones profundas.

El Papa Francisco exhorta a mantener una mirada creyente y esperanzada: "Los males de nuestro mundo -y los de la Iglesia- no deberían ser excusa para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que 'donde abundó el pecado sobreabundó la gracia' (Rm 5,20)" (Evangelii gaudium, n. 84).

Sin embargo, esa apertura al diálogo no significa indiferencia. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: "Todos los hombres tienen el deber, y por tanto el derecho, de buscar la verdad sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia; y una vez cornada, abrazarla y guardarla fielmente." (CEC, 2104), y este deber implica también dar razón de la propia fe (cf. 1 Pe 3,15).

Por eso, cuando surgen celebraciones o prácticas populares ajenas o contrarias a la fe -especialmente aquellas que exaltan lo oscuro o lo supersticioso-, el creyente está llamado a discernirlas con libertad interior y testimoniar con claridad su identidad cristiana, sin agresividad ni desprecio, pero también sin confusión ni sincretismo.

2. Custodiar con ternura la fe en familia
Deseo dirigirme de manera particular a los padres de familia cristianos, primeros educadores de la fe de sus hijos. El papa san Juan Pablo II enseñaba: "Los padres deben ser conscientes de que el ejemplo de su vida cotidiana es el primer modo de educación de la fe: la familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales" (Familiaris consortio, n. 36). Y el Código de Derecho Canónico recuerda que: "Los padres tienen la obligación gravísima y el derecho primario de educar a los hijos, también en la fe" (CIC, can. 226 §2).

Por eso los invito paternalmente a reflexionar y a desalentar con prudencia y claridad la participación de niños y adolescentes en celebraciones o costumbres que, bajo apariencia de diversión, introducen símbolos y mensajes que contradicen la visión cristiana de la vida, de la muerte y de la esperanza. Educar en la fe significa ayudar a los hijos a distinguir entre lo que divierte y lo que ayuda a crecer, entre lo que banaliza el mal y lo que ilumina la vida con el bien. En la familia se aprende también que la verdadera alegría no se disfraza, sino que nace de saberse amado por Dios y llamado a la santidad.

3. Tejer con creatividad la comunión
A los catequistas, educadores y agentes de pastoral los animo a ser creativos y propositivos en este tiempo. Tenemos en nuestra tradición un tesoro espiritual inmenso: la fiesta de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, profundamente arraigadas en el corazón creyente de nuestro pueblo. Son días para afirmar la fe en la comunión de los santos, en la vida eterna y en la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). Evitemos, sin embargo, caer en la tentación de la confrontación simbólica, que podría expresarse en vestir a los niños como santos en un gesto de oposición o de "competencia" con otras costumbres. Esa actitud, aunque bien intencionada, podría alejarnos del espíritu evangélico de mansedumbre. El camino cristiano no es el de la contraposición agresiva, sino el del testimonio luminoso. El Directorio para la Catequesis enseña: "El primer acto de evangelización es el testimonio de una vida auténticamente cristiana, donada, libre y alegre" (Directorio para la Catequesis 2020, n. 39).

Invito, pues, a que en las instituciones educativas, las parroquias y las comunidades se promuevan celebraciones de la vida, de la santidad y de la esperanza, con signos de luz, oración por los difuntos, gestos de caridad y encuentros familiares. Así el pueblo cristiano, sin confrontar, puede mostrar con gozo la verdad y la belleza de su fe.

El Código de Derecho Canónico nos recuerda, además: "Todos los fieles tienen la obligación y el derecho de procurar que el mensaje divino de la salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo". (CIC, can. 211) Y también: "Los laicos, cada uno según su condición, deben cuidar de que el espíritu evangélico impregne el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la sociedad" (CIC, can. 225 §2). No lo haremos desde el miedo, sino desde la alegría de quien cree en la victoria del amor sobre toda oscuridad.

La Bienaventurada Virgen María, Reina de todos los Santos y Madre de la Iglesia, nos ayude a mirar el mundo con ojos de misericordia, a discernir con sabiduría y a testimoniar la fe con serenidad y alegría.

Mons. Héctor Luis Zordán M.Ss.CC., obispo de Gualeguaychú
24 de octubre del Año Santo 2025.

Querido Agustín, querido diácono Agustín. Hoy se cumplen justo 5 meses en que recibiste el orden del diaconado para servir, sin límites a tus hermanos. Para ser testigo de la Caridad de Jesús, expresada en cercanía y atención a sus necesidades, caridad que en nombre de la Iglesia asumiste con libertad y alegría. Sin duda que este servicio y deseo no termina con lo que en unos momentos vas a recibir, se plenifica con la ayuda del Señor y de tu renovada voluntad.

Tenemos buenos y ejemplares Pastores que pueden iluminarnos en nuestro propio camino de consagrados, pero hoy quisiera referirme a tres modelos que, deseo, te iluminen siempre tu camino sacerdotal. Harás tu camino, sin duda, pero nunca olvidando que lo transitarás sosteniendo e iluminado por el Espíritu Santo.

El Beato Eduardo Pironio, hombre fecundo, marcado por la Cruz, y siempre con alegría y esperanza le escribió en aquellos difíciles años de los 70 una carta a un futuro sacerdote, comparto un extracto de ésta:

Serás sacerdote: "el amigo de Dios para los hombres", el que sabe escuchar con interés, hablar con oportunidad, hacer cotidianamente el camino con los otros.

Serás presencial del Señor entre tus hermanos; el que sabe revelar a los hombres los secretos del Padre, comunicarles la gracia de su Amor, conducirlos en la Luz y en la serenidad hacia la Pascua consumada. ¿Qué puedo desearte? Lo que siempre he deseado para mí: que seas hombre de Dios, que tengas una amistad gozosa del Padre y que comuniques incesantemente a Dios a los demás... que seas hombre de Iglesia: con una perfecta fidelidad a su misión, con una entrega pronta por tu Obispo, con un amor sincero y generoso al Pueblo de Dios que te fuere encomendado. Que seas "el amigo de los hombres"; que los sepas comprender e interpretar, que tengas el corazón grande y tierno de Cristo. Que seas amigo y testigo de todos los que te necesiten: pobre y pecador, hermano y amigo; que los sepas siempre, sin decirlo, conducir a Dios por tu sola presencia, porque eres "el hombre de Dios", el sacerdote de Jesucristo".

Compartiendo y seguramente los sacerdotes también, que es un buen proyecto de vida sacerdotal, con este extracto, podríamos detenernos y rumiar cada palabra.

Y a sus 50 años de sacerdocio Pironio nos compartía:

"Si tuviera que dejar un mensaje, sería el de la fidelidad de Dios. 'Dios es fiel'. Y yo me siento feliz de gritar al mundo la alegría de ser sacerdote. Una invitación a todos a creer en un Dios que es amor, ser cotidianamente fieles, esperar contra toda esperanza".

En algunos de sus mensajes a los sacerdotes el Cardenal Pironio les compartía:

"El mundo espera de nosotros -los sacerdotes- que seamos fieles a nuestra original vocación de testigos de lo Absoluto... Que enseñemos a los hombres cómo es aún posible la alegría y la esperanza, la inmolación cotidiana a la voluntad del Padre y la donación generosa a los hermanos".

Sabía Pironio lo que en sus años sacerdotales ha ido compartiendo, que la identidad sacerdotal es ser profetas de las maravillas de Dios y signos claros y eficaces de su amor misericordioso. Más que nunca, predica Pironio en 1974, los "sacerdotes, debemos ser hoy los profetas de la Luz y los ministros de la comunión. Por eso los hombres del Espíritu".

Renuevo con mucha alegría y doy sinceras gracias a Dios por la posibilidad de poder celebrar una nueva ordenación sacerdotal.

Alegría porque se extiende el ministerio recibido con un joven que hará presente a Jesús Buen Pastor, mediador entre Dios y los hombres. Alegría y gratitud también porque de nuestra familia diocesana el Señor ha llamado a un hijo suyo para que sirva a esta familia eclesial.

Iglesia particular, personal, en donde la realidad de la Diócesis se hace presente donde están los militares y los miembros de las Fuerzas Federales de Seguridad y también sus familias. A ellos y por ellos somos enviados a servir.

El Señor ha elegido a Agustín con exclusividad. Habiendo realizado tu formación inicial y renovando tu deseo de seguir al Señor, habiendo sido ordenado Diácono, es importante volver a escuchar las palabras: "Con la ayuda de Dios y de nuestro Salvador Jesucristo, ELEGIMOS a este hermano nuestro para el Orden Presbiteral".[1]

Y es Dios que escucha nuestras oraciones, cuantos le pedimos como mendigos insistentes: ¡enviamos Padre, sacerdotes según tu corazón! Las vocaciones son respuesta de la fe a la comunidad orante por eso no quiero de dejar de dar gracias a todos los que diariamente rezan por el aumento de las vocaciones. Necesitamos jóvenes dispuestos a dejarlo todo, y todo es todo, para llenarnos solo del Señor.

Vamos a escuchar ahora, la disponibilidad para desempeñar siempre el ministerio sacerdotal, por medio del Orden del Orden Episcopal, apacentando el rebaño del Señor guiado por el Espíritu Santo, tu disponibilidad para Predicar el Evangelio, y enseñar la fe católica, para celebrar con fidelidad la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación de nuestro pueblo, para rezar por el pueblo que se te confiará, para unirte a Jesús y ser con Él ofrenda con tu corazón célibe, esto es, con un corazón no dividido, un corazón que ama a todos, que no ama solo a algunos. Un corazón que solo tiene la exclusividad del amor a Dios y desde Él, el amor a todos. A algunos, los que el Señor quiere, llama para que amen a Dios con exclusividad primera y con todas las fuerzas y Dios amen a todos. Aún experimentando alguna vez nuestra fragilidad, el Señor siempre da la gracia. A Agustín, les compartí en su ordenación diaconal, que, al llamarlo Dios, recibe también el carisma, la gracia del celibato.

Por eso los formadores no sólo disciernen la vocación a un estado de vida, disciernen también si hay capacidad para tener un corazón totalmente entregado a Dios para vivir en una vida célibe.

Los que estamos ordenados podemos y debemos renovar este compromiso alegre y gozoso de entregarnos, porque el Señor nos miró a los ojos con amor y nos llamó. Una vida célibe, plena y feliz, nos da un corazón libre.

San Alberto Hurtado, ha dejado una expresión sobre la Misa y la vida que es muy importante que la podamos meditar y asumir:

"Mi Misa es mi vida y mi vida una Misa prolongada"; él entendió que la Eucaristía no era un "agregado" a su vida y menos, a su ministerio. Era parte de su ministerio, la Misa para la cual fuimos y somos ordenados Presbíteros es parte fundamental de nuestro servicio como sacerdotes. Somos ordenados para dar a nuestro pueblo el Pan de Vida y a la vez como vida somos dados para nuestro pueblo, somos ordenados para nuestro pueblo, debemos hacer de nuestras vidas, vidas eucarísticas, donadas, ofrecidas... tomad y coman este es mi Cuerpo que será entregado por ustedes, tomen y beban porque este es el cáliz de mi Sangre será derramada por ustedes. Todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios" (Hb 5,1)

Todo sacerdote es llamado a ser mediador entre Dios y los hombres. El Papa Francisco nos exhortaba a serlo y no ser "meros intermediarios". El mediador se pierde a sí mismo para unir las partes, el mediador paga con la propia vida, con el propio cansancio, con el propio trabajo y aquí, me viene a la memoria tu lema sacerdotal, extraído del Evangelio de San Juan (17, 19.23) ·"Por ellos me consagro" Para que sean perfectamente uno".

También nos ha recordado más de una vez que no somos funcionarios, somos discípulos, creyentes, "otros Cristos", somos como Cristo Cabeza y esto es una gracia muy grande y un desafío también muy grande.

El Papa León, les compartió a los seminaristas en junio que fueron llamados a amar el corazón de Jesús, pero recordaba el Papa que para aprender este arte hay que trabajar en la propia interioridad, donde Dios hace oír su voz y desde donde parten las decisiones más profundas y hay que convertir para que toda "su humanidad huela a Evangelio".

La postración significa esto: poner nuestra nada bajo la grandeza de Dios, nuestra pequeñez ante la grandeza de Dios, nuestra pobreza ante la riqueza de Dios. Sólo Él es todo, solo Dios basta, esto queremos vivir. "Me postre consciente de mi nada y me levante sacerdote para siempre", esta expresión del Santo Cura de Ars, da dos claves, la humildad de ministro (la nada) y la grandeza del Señor que, conociéndonos, nos llama a ser "sacerdotes para siempre".

Que San Juan de Capistrano, Patrono de los Capellanes Castrenses te anime a nunca bajar los brazos para batallar con el Señor para instaurar todo en Cristo. Y con el Santo Cura Brochero patrono del Clero de Argentina te ayude a buscar sin descanso que los fieles se encuentren con Jesús, Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Que María, nuestra Madre, en su advocación de Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Patria y de nuestro Obispado, te acompañe siempre en tu ministerio, y en tu advocación de María Auxiliadora, que Ella te auxilie para que puedas conservar siempre, el fervor de este tiempo, que puedas gozar con tu ministerio, como si siempre fuera el primer día, y que conserve y avive en vos, el deseo de ser santo.

Mons. Santiago Olivera, obispo castrense
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Nota:
[1] Queremos ver a Jesús. BAC, Meditación XI, pág. 143.

1. Las fiestas patronales constituyen una riqueza de la vida de nuestras comunidades cristianas. Expresan la vitalidad de su fe y la honda espiritualidad cristiana de la tradición católica presente en nuestra Iglesia diocesana. En nuestra región, sus características fundamentales surgen del aporte de la primera evangelización con la contribución de la gran inmigración europea, especialmente italiana y piamontesa.2.

2. Aparecidaexpresa la actitud pastoral de la Iglesia madre ante estas genuinas expresiones de fe de la piedad popular: “Agradecemos a Dios la religiosidad de nuestros pueblos, que resplandece en la devoción al Cristo sufriente y a su Madre bendita, en la veneración a los Santos con sus fiestas patronales, en el amor al Papa y a los demás pastores, en el amor a la Iglesia universal como gran familia de Dios que nunca puede ni debe dejar solos o en la miseria a sus propios hijos” (DA 127).

3. En estos tiempos de transformación de la presencia visible de la fe y de la Iglesia en nuestra sociedad, las fiestas patronales de nuestras parroquias y comunidades constituyen un lugar privilegiado para celebrar y anunciar el Evangelio de Jesucristo. Nos desafían a la creatividad en el anuncio del Evangelio y en la celebración de la fe que hemos recibido de nuestros mayores.

4. Nos presentan también desafíos pastorales que queremos asumir con espíritu misionero, alegría y coraje evangélicos. Por eso, nos ponemos algunas preguntas fundamentales: ¿Cuál es la identidad y naturaleza de las fiestas patronales? ¿Cómo vivirlas con autenticidad para que expresen, comuniquen y alimenten nuestra fe católica? ¿Cómo combinar las diversas dimensiones y aspectos que se conjugan en ellas?

* * *

5. La fiesta patronal es la conmemoración anual que hace una comunidad cristiana de la figura evangélica (del Señor y sus misterios, de su santa Madre o de alguno de sus santos) que es titular de esta y a la que reconoce una relación especial de patronazgo.

6. El patronazgo del Señor, de María o de los santos sobre una concreta comunidad cristiana es una gracia particular que implica una relación especial de protección, de misión y de inspiración para la vida de fe de dicha comunidad.

7. En la vida de nuestras comunidades, el patronazgo ha surgido de una elección que el mismo pueblo ha hecho o, en algunos casos, de una disposición de la autoridad eclesiástica. En todo caso, siempre supone que el pueblo reconozca con espíritu de fe agradecida la particular relación de patronazgo que se establece entre la comunidad y el santo patrono o patrona.

8. La celebración anual de la Pascua es el corazón del año litúrgico, como la Eucaristía dominical lo es de la semana. En este marco celebrativo centrado en la Pascua vivimos nuestras “patronales”. También cada año, la fiesta patronal supone para la comunidad un ejercicio de memoria de la propia historia, cuya finalidad es reavivar la fe bautismal y el compromiso misionero que brotan del bautismo y la confirmación. Suele ser antecedida por un novenario, un triduo u otras formas de preparación. De esta manera, la fiesta patronal posee un verdadero “espíritu y sabor pascual” para la comunidad que la celebra.

9. En la programación y desarrollo de la fiesta patronal, el Consejo parroquial de pastoral procurará involucrar a toda la comunidad y a cada bautizado, según su vocación y carismas propios. Se trata de un momento fuertemente evangelizador que merece ser destacado y vivido con espíritu sinodal. Será entonces ocasión de una oportuna catequesis sobre los diversos temas que pueden estar involucrados en la celebración, atentos también a las circunstancias particulares del momento en que se celebran. El uso de los medios de comunicación y de las redes sociales es también un recurso muy valioso.

10. El momento culminante de las fiestas patronales es la fecha de la conmemoración litúrgica del santo patrono. Se trata de una jornada especialmente significativa para la vida de nuestros pueblos, de ordinario, acompañada por el asueto a nivel civil. Las distintas actividades deben expresar claramente que el centro de la celebración es la Eucaristía, a la que sigue normalmente una procesión. En muchas comunidades se alienta a los fieles a adornar sus casas, especialmente si por las calles del pueblo se llevará en procesión o en caravana de autos la imagen patronal.

11. El equipo parroquial de liturgia ha de preparar con esmero las celebraciones de ese día que, como señalamos, tienen un fuerte sentido pascual para los fieles católicos. Se recomiendan diversos ejercicios piadosos, como también la oportuna celebración de la Liturgia de las Horas (Oficio de lecturas, laudes o vísperas). Allí donde haya prácticas tradicionales heredadas de los mayores se han de realizar con devoción. Se alienta a los pastores, sobre todo, cuando asumen una nueva comunidad a no precipitarse en cambios que afecten la vivencia de fe de nuestro pueblo. Las fiestas patronales son una expresión de la Tradición viva de la Iglesia que, “de esta forma […], en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree” (DV8).

12. En la medida de lo posible, y de acuerdo con las características propias de cada comunidad, las fiestas patronales tienen que ser también un momento fuerte para visibilizar la opción preferencial por los pobres que nace de la fe en Cristo. Los pobres, débiles y sufrientes deben tener un lugar privilegiado en el desarrollo y celebración de las fiestas patronales.

13. La presencia del obispo es también un motivo para revitalizar la pertenencia de dicha comunidad a la gran familia diocesana y de la Iglesia universal. El obispo normalmente se hace presente para presidir la Eucaristía el mismo día de la fiesta o en otra fecha oportuna. Sin embargo, su presencia como pastor puede tener otras formas de realización: visita a personas o grupos, intervenciones catequísticas, etc. De la misma manera, se alienta a los párrocos y comunidades vecinas a hacerse presentes en las celebraciones patronales para expresar la unidad y comunión que están en la naturaleza misma de la Iglesia.

* * *

14. La fiesta patronal es, ante todo, una celebración religiosa cristiana. Este núcleo fundamental le da su identidad y naturaleza específica. En la historia concreta de nuestras comunidades, la fiesta patronal está profundamente unida a la vida civil, política y cultural de nuestros pueblos.

15. Por eso, a la naturaleza religiosa de las fiestas patronales, se le han ido sumando otras dimensiones que también forman parte de su identidad histórica. En principio, no contradicen, sino que desarrollan la proyección de la fe sobre toda la vida de las personas, las familias y la sociedad civil de cada pueblo.

16. Sin embargo, en el desarrollo concreto de la programación y celebración de las fiestas patronales se pueden dar algunas situaciones difíciles que merecen discernimiento y diálogo con los involucrados, especialmente con las autoridades locales (intendentes, jefes comunales, organizaciones de la sociedad civil, etc.).

* * *

17. La programación, preparación y celebración de las fiestas patronales son responsabilidad del párroco con el Consejo pastoral de la parroquia o de la comunidad que las celebra. A ellos les compete establecer el programa de la novena, del triduo y de la celebración principal: horario, liturgia, actividades pastorales.

18. En los casos en que la fiesta patronal lo sea también del pueblo, el párroco, con la cooperación de los consejos parroquiales de pastoral y de asuntos económicos, son los encargados de acordar con las autoridades correspondientes (del municipio, de la comuna y otras organizaciones sociales) el programa de actividades que se realizarán en torno a la fiesta patronal. A través del diálogo institucional, se buscará salvaguardar la naturaleza religiosa y eclesial de las mismas, sobre todo, cuidando que las expresiones culturales estén en sintonía con la fe que se celebra. El objetivo es cuidar para que la fiesta patronal no se desvirtúe por la prevalencia de fines ajenos a su naturaleza religiosa, de carácter más bien profanos (políticos, económicos o culturales, por ejemplo).

19. En la medida en que, durante las fiestas patronales, se realicen actividades que impliquen recaudación o erogación de fondos, el párroco con el Consejo parroquial de Asuntos Económicos tendrá que hacer los acuerdos pertinentes con quienes corresponda y según las normas canónicas diocesanas y las disposiciones seculares.

Estas orientaciones han sido preparadas por el Consejo presbiteral y aprobadas por el obispo diocesano para su implementación en la diócesis. De ellas se desprenden también algunas sugerencias más prácticas que, también por sugerencia del Consejo presbiteral, se adjuntan en un anexo.

Se las confiamos a la santa Madre de Dios, a los santos y santas patronos de nuestras comunidades cristianas.

Mons. Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco
San Francisco, 15 de octubre de 2025
Memoria de santa Teresa de Jesús


Anexo I
Sugerencias prácticas

1. El diálogo con las autoridades y con las instituciones debe ser realizado con tiempo suficiente. Por eso, las Orientaciones alientan un “diálogo institucional”.

2. En la oportuna comunicación a las autoridades municipales o comunales es importante poner la fundamentación religiosa de las fiestas Patronales. También en la comunicación que se tenga con las otras instituciones y fuerzas vivas de la comunidad que estén involucradas. En el Anexo II se ofrecen algunos modelos de dicha comunicación.

3. Es importante delimitar los tiempos y espacios para no superponer las celebraciones religiosas con actividades programadas para la ocasión por las instituciones o por las autoridades civiles.

4. Se sugiere preparar diversas intervenciones catequísticas sobre las fiestas patronales un tiempo antes de las mismas. Las presentes Orientacionesnos ofrecen ideas fundamentales para ello.

5. En consonancia con las circunstancias concretas que se viven, la comunidad cristiana puede organizar actividades culturales o sociales que expresen cómo la fe ilumina la vida de las personas y de la sociedad. Es también oportuno que estas actividades culturales o sociales sean programadas con las autoridades civiles o con las instituciones del lugar.

6. Es fundamental que sigamos estrechando los vínculos con la Oficina de prensa del Obispado y con los encargados de comunicación de las comunidades vecinas. Como de hecho viene ocurriendo ahora, es muy bueno que sigamos utilizando estos vínculos y las redes sociales para informar como para desarrollar actividades de las fiestas patronales.

7. Es fundamental tener la programación de la fiesta patronal con suficiente tiempo de anticipación.

8. También a través de la Oficina de prensa del Obispado y de la Delegación diocesana de Liturgia tenemos que crecer en el intercambio de los subsidios e iniciativas que cada comunidad pone en marcha con ocasión de la fiesta patronal. Este verdadero intercambio de “talentos” también una forma de sostener entre todos, en comunión sinodal, la obra evangelizadora.

Señor Director General,
distinguidas Autoridades,
Excelencias,
señoras y señores:

1. Permítanme, ante todo, expresar mi más cordial agradecimiento por la invitación a compartir esta memorable jornada con todos ustedes. Visito esta prestigiosa Sede siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta organización internacional.

Saludo a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes, como servidor del Evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi más ferviente anhelo de que la paz reine por doquier. El corazón del Papa, que no se pertenece a sí mismo sino a la Iglesia y, en cierto modo, a toda la humanidad, mantiene viva la confianza de que, si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones.

A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama –siempre actual– del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir: agencias internacionales, gobiernos, instituciones públicas, oenegés, entidades académicas y sociedad civil, sin olvidar a cada persona en particular, que ha de ver en el sufrimiento ajeno algo propio. Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna.

2. El objetivo que nos ve ahora reunidos es tan noble como ineludible: movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad. De esta manera, se acabará con una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga inicuamente a muchedumbres de personas a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos. Desde su fundación, la FAO ha orientado infatigablemente su servicio para que el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cerosólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones. Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?

3. Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan –y mueran– golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica.

4. Los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO durante estas ocho décadas. Cada vez parece alejarse más ese consenso expresado por los Estados que considera la inanición deliberada un crimen de guerra, como también el impedir intencionalmente el acceso a los alimentos a comunidades o pueblos enteros. El derecho internacional humanitario prohíbe sin excepción atacar a civiles y bienes esenciales para la supervivencia de las poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó unánimemente esta práctica, reconociendo la conexión entre conflictos armados e inseguridad alimentaria, y estigmatizando el uso del hambre infligido a civiles como método de guerra[1]. Esto parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre, negándoles el derecho más elemental: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos.

5. Excelencias, hoy en día asistimos a paradojas ultrajantes. ¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente lasguerras que destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la piel pegada a los huesos? Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos de paz munidos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón mismo de la humanidad. Una sangría que debería atraer inmediatamente nuestra atención y que habría de llevarnos a redoblar nuestra responsabilidad individual y colectiva, despertándonos del letargo aciago en el que con frecuencia estamos sumidos. El mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por zanjados cuanto antes.

Ha llegado la hora, pues, de preguntarnos con lucidez y coraje: ¿se merecen las generaciones venideras un mundo que no es capaz de erradicar de una vez por todas el hambre y la miseria? ¿Es posible que no se pueda acabar con tantas y tan lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos. Los eslóganes no sacan de la miseria. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible.

6. En este sentido, me parece un verdadero acierto que la Jornada Mundial de la Alimentaciónse celebre esteaño bajo el lema: “Mano de la mano por unos alimentos y un futuro mejores”. En un momento histórico marcado por profundas divisiones y contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no es sólo un hermoso ideal, sino un llamamiento decidido a la acción. No hemos de contentarnos con llenar paredes con grandes y llamativos carteles. Ha llegado el tiempo de asumir un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su postración. Tal objetivo sólo puede alcanzarse mediante la convergencia de políticas eficaces y una implementación coordinada y sinérgica de las intervenciones. La exhortación a caminar juntos, en concordia fraterna, debe convertirse en el principio rector que oriente las políticas y las inversiones, porque únicamente a través de una cooperación sincera y constante se podrá construir una seguridad alimentaria justa y accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos, podremos construir un futuro digno, en el cual la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como un privilegio. Con esta convicción, quisiera evidenciar que, en la lucha contra el hambre y en el fomento de un desarrollo integral, el papel de la mujer se configura como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado. Las mujeres son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia, es garantía de una alimentación más humana y más duradera.

7. Excelencias, conociendo la proyección de este foro internacional, déjenme que subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado. Se hace, por tanto, más necesario, más que nunc, que nunca repensar con audacia las modalidades de la cooperación internacional. No se trata sólo de individuar estrategias o realizar prolijos diagnósticos. Lo que los países más pobres aguardan con esperanza es que se oiga sin filtros su voz, que se conozcan realmente sus carencias y se les ofrezca una oportunidad, de modo que se cuente con ellos a la hora de solucionar sus verdaderos problemas, sin imponerles soluciones fabricadas en lejanos despachos, en reuniones dominadas por ideologías que ignoran frecuentemente culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres muy arraigadas en la sabiduría de los mayores. Es imperioso construir una visión que haga que cada actor del escenario internacional pueda responder con mayor eficacia y prontitud a las genuinas necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a servir mediante nuestro compromiso cotidiano.

8. Today, we can no longer delude ourselves by thinking that the consequences of our failures impact only those who are hidden out of sight. The hungry faces of so many who still suffer challenge us and invite us to reexamine our lifestyles, our priorities and our overall way of living in today’s world. For this very reason, I want to bring to the attention of this international forum the multitudes who lack access to drinking water, food, essential medical care, decent housing, basic education, or dignified work, so that we can share in the pain of those who are nourished by despair, tears, and misery alone. How can we fail to remember all of those who are condemned to death and hardship in Ukraine, Gaza, Haiti, Afghanistan, Mali, the Central African Republic, Yemen, and South Sudan, to name just a few places on the planet where poverty has become the daily bread of so many of our brothers and sisters? The international community cannot look the other way. We must make their suffering our own.

We cannot aspire to a more just social life if we are not willing to rid ourselves of the apathy that justifies hunger as if it were background music we have grown accustomed to, an unsolvable problem, or simply someone else’s responsibility. We cannot demand action from others if we ourselves fail to honor our own commitments. By our omission, we become complicit in the promotion of injustice. We cannot hope for a better world, a bright and peaceful future, if we are not willing to share what we ourselves have received. Only then can we affirm –with truth and courage– that no one has been left behind.

9. I invoke upon all of you gathered here today –the FAO and its officials, who strive daily to fulfill their responsibilities with virtue and to lead by example– the blessings of God, who cares for the poor, the hungry and the helpless. May God renew in each of us that hope which does not disappoint (cf. Rom5:5). The challenges that lie before us are immense, but so is our potential and the possible courses of action! Hunger has many names, and weighs upon the entire human family. Every human person hungers not only for bread, but also for everything that allows for maturity and growth towards the happiness for which all of have been created. There is a hunger for faith, hope and love that must be channeled into the comprehensive response that we are called to carry out together.What Jesus said to his disciples when facing a hungry crowd remains a key and pressing challenge for the international community: “Give them something to eat” (Mk 6:37). With the small contribution of the disciples, Jesus performed a great miracle. Do not tire, then, of asking God today for the courage and the energy to continue to work towards a justice that will yield lasting and beneficial results. As you continue your efforts, you will always be able to count on the solidarity and engagement, the commitment of the Holy See and the institutions of the Catholic Church that stand ready to go out and serve the poorest and the most disadvantaged throughout the world. 

Thank you very much.

León XIV


Nota[1] Cfr. Consejo de Seguridad, Resolución 2417, aprobada en la 8267 Sesión, celebrada el 24 de mayo de 2018. El texto se puede consultar en: https://docs.un.org/es/S/RES/2417(2018)

Queridas familias argentinas.

En medio de tiempos complejos, donde la incertidumbre y las dificultades parecen tocar cada hogar de nuestro país, queremos enviarles un mensaje de profunda esperanza y renovada solidaridad.

El Papa Francisco nos recuerda que "la esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna" (FT. 55). Hoy más que nunca, necesitamos esa esperanza que no se resigna, que se levanta cada mañana con fe en el futuro y en el poder transformador del amor familiar, recordando que la esperanza del cristiano surge de una certeza: Jesús resucitado y vivo, caminando junto a nosotros.

La familia es el primer espacio de contención, de escucha, de ternura. Es allí donde aprendemos a compartir, a cuidar, a resistir juntos. En este contexto social, donde muchos sufren el peso de la desigualdad, la falta de oportunidades o el desarraigo, es fundamental que nos abracemos como comunidad, que no dejemos a nadie solo.

El Papa León XIV, en el Jubileo de las Familias, nos animó con estas palabras que hoy resuenan con fuerza: "Que la fe, la esperanza y la caridad crezcan siempre en nuestras familias. Estoy contento de acoger a tantos niños, que reavivan nuestra esperanza. Saludo a todas las familias, pequeñas iglesias domésticas, en las que el Evangelio es acogido y transmitido." (01/06/2025)

La solidaridad no es solo una palabra: es un gesto, una acción concreta. Es tender la mano al vecino, es compartir lo que tenemos, es mirar al otro con compasión y dignidad. El Papa Francisco, en tiempos de pandemia nos mostró con claridad que "todos estamos vinculados, los unos con los otros; nadie se salva solo" (Audiencia General, 2 de septiembre de 2020). Esta interdependencia no es una carga, sino un llamado a la fraternidad: aprender a cuidarnos mutuamente, empezando por nuestros hogares, y en Argentina, tierra de encuentros y resiliencia, sabemos que juntos podemos construir caminos nuevos.

A las madres, padres, abuelos, jóvenes, niñas y niños: no perdamos la fe. Que cada mesa compartida, cada abrazo sincero, cada esfuerzo cotidiano sea semilla de esperanza. Que el amor que nace en el hogar se multiplique en la sociedad.

Con el corazón abierto y la mirada puesta en el bien común, sigamos caminando; porque aún en la noche más oscura, en nuestro interior hay una luz que no se apaga: la que nace del amor de Jesús y la fraternidad de los hermanos, inspirados por la Sagrada Familia, que de la mano de San José siempre encontró su camino y se mantuvo a salvo.

Que Jesús, María y José, la Sagrada Familia de Nazaret, nos acompañen en este camino de amor y solidaridad.

Secretariado Nacional para la Pastoral Familiar
Comisión Episcopal para la Vida, los Laicos, la Familia y la Juventud
Conferencia Episcopal Argentina

Queridos hermanos y hermanas:

1. Estamos celebrando los 90 años de la fundación del monasterio de las carmelitas en Tucumán.

La reseña que presento de la fundación del Monasterio del Amor Misericordioso y de Santa Teresa del Niño Jesús, fue elaborado por la comunidad de hermanas de este monasterio.

Dice así:

“Hacia años que los Prelados de Tucumán, desde su primer Obispo Monseñor Padilla deseaban una fundación de Carmelitas Descalzas, en esta ciudad, pero las dificultades nunca podido allanarse, hasta que la Divina providencia dispuso los caminos.

En agosto de 1932, llegaron a Salta, por pedido del definidor General Bonifacio de la Sagrada Familia, de las Madres María de la Eucaristía y la Madre María Vicenta de Jesús, provenientes del Monasterio de Santa Ana y San José de Madrid de España.

Permanecieron en la comunidad de Salta tres años. Terminada la misión que le habían encomendado y listas para regresar a España, se pusieron en contacto con el superior general de los sacerdotes Operarios Diocesanos, Luis de los Paños quien las vínculó con los Padres de la misma fraternidad, José María Feraud y Pedro Hernández, que eran superiores del Seminario de Tucumán.

Llegaron a Tucumán el 17 de agosto a la tarde, acogiéndolas las hermanas Adoratrices.

Los Padres Operarios pidieron la fundación de un Carmelo, obra que deseaban en reparación por dos sacerdotes que recientemente habían abandonado el ministerio sacerdotal. Los Obispos que ayudaron incondicionalmente fueron Monseñor Abraham Araoz y el Obispo Auxiliar Monseñor Bernabé Piedrabuena.

 Los dos meses que duraron los preparativos para la nueva fundación se hospedaron en las hermanas Adoratrices, quienes habían preparado dentro del convento un lugar para que las dos hermanas pudieran vivir su carisma. Las madres y la comunidad siempre han guardado un amor muy espacial por esta congregación.

El 14 de octubre a las 16 horas dejaron el convento de las hermanas Adoratrices, la Madre María, la Madre Vicenta y la hermana Ángela quien se sumó desde el inicio de esta aventura tras las huellas de Jesús.

Antes de ir al convento provisorio, pasaron a encomendar la fundación a la Virgen de la Merced.

En la mañana de la Solemnidad de San Teresa, pasaron a encomendar la fundación a la Virgen de la Merced.

Este comenzó en dos casitas prestadas por el Sr. Marcos Rouges y la Sra. Pola Terán.

Las crónicas del Monasterio dicen: “Este Monasterio de Carmelitas Descalzas que tiene como titulares y Patronos al Amor Misericordioso y santa teresita del Niño Jesús se fundó provisoriamente con licencia del Excmo. Sr. Obispo Dr. Agustín Berrere el día 15 de octubre del Año del Señor 1935, y quedo erigido canónicamente el 25 de junio de 1936.

Fundándose en pobreza, sin ningún arrimo temporal. Sea Dios servido de conservarle en ella hasta la consumación de los siglos, para que se goce de las riquezas eternas para siempre con Dios. Amen.”

Hasta aquí la crónica.

En febrero del año siguiente llamaba a la puerta la primera postulante.

Después de vivir tres años las hermanas en el convento provisorio de la Av. Sarmiento, quedo fijado el terreno donde se va a construir el Monasterio definitivo (Av. Republica de Líbano 1560) donado por la familia Rouger. Colocándose la primera piedra el 15 de octubre de 1938.

La construcción del Monasterio fue una obra de gran envergadura la cual parecía que no se terminaría nunca.

Hay varias vocaciones esperando la inauguración para poder seguir el llamado del Señor a la vida contemplativa. Una de ellas es la señorita Julia Avellaneda (hermana Julias de Santa Teresita), que hacía más de un año que estaba esperando se terminara el convento, lo cual no se conseguía por falta de recursos. Ante esta necesidad económica ella, generosamente, muchos meses antes de su entrada, entrego sus ahorros, los cuales fueron suficientes para que se pudiera habilitar el monasterio.

El 10 de noviembre, fiesta del patrocinio de la Virgen, como priora de la comunidad se inaugura el convento (fiesta del Carmelo que conmemora cuando santa Teresita coloca a la Virgen como priora del monasterio de la Encarnación.

El templo fue realizado con el trabajo de las hermanas. Llevo muchos años su construcción. Su inauguración fue el 22 de noviembre de 1952”.

Hasta aquí la reseña que escribieron las hermanas de este monasterio.

2. Estamos celebrando la Eucaristía. La palabra Eucaristía significa acción de gracias.

La iglesia sabe de la importancia de dar gracias porque Jesús en la Ultima Cena comenzó dando gracias a Dios: antes de partir el pan y de presentar el cáliz, dio gracias, bendijo a Dios por su bondad.

Nosotros nos reunimos en la Iglesia para dar gracias a Dios celebrando la Eucaristía.

Con esta Eucaristía damos gracias a Dios por tener a las Carmelitas Descalzas en la diócesis y por celebrar los 90 años de la fundación del monasterio en Tucumán.

Hoy celebramos la fiesta de Santa Teresita de Jesús. También el día de la fundación de este monasterio, hace 90 años, se celebraba la fiesta de santa Teresita de Jesús.

Santa Teresa de Jesús nació en Ávila, España, el 28 de marzo de 1515.

En 1535 a los veinte años, ingresa en el Carmelo de la Encarnación de su ciudad.

Con la lectura de las Confesiones de San Agustín y un reclamo del Crucifijo que la ilumino sobre las exigencias del amor de Dios, en 1555, a los cuarenta años se produce un cambio en su vida. Así comienza un segundo periodo en su vida.

En 1562 abrió el primer Carmelo reformado.

Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

En septiembre de 1970 el Papa VI la declaro “doctora de la Iglesia”.

La estatua de Santa Teresa que está en la Basílica de San Pedro en Roma tiene esta inscripción: Maestra de oración.

Este mensaje de oración nos llega hasta nosotros, que tentados por el trajín de la vida corremos el riesgo de perder los valores espirituales. Mucha gente ya no reza o no sabe rezar. Antes se dedicaban algunos momentos del día y al terminar la jornada. Los padres enseñaban a rezar a sus hijos desde pequeños. Hoy el mundo moderno no da lugar a la oración.

Este mensaje de la oración nos llega a nosotros de partde de Santa Teresa que nos exhorta a comprender “el gran bien que hace Dios a un alma, que la dispone para tener oración con voluntad … que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama” (Vida, 8, 4-5).

Cada monasterio es una casa y escuela de oración.

Este monasterio, es la casa de oración de la diócesis de Tucumán.

Se reza por los obispos, los sacerdotes, los consagrados y las consagradas, laicos. Se reza por los niños, los jóvenes, los adultos, los ancianos, los enfermos y por todas las necesidades.

Pedimos para la comunidad de hermanas de este monasterio, que hoy cumple 90 años de su fundación, el don de la sabiduría que escuchamos en la primera lectura, para que sean una comunidad santa.

Se lo pedimos por intercesión de santa Teresa de Jesús y de santa Teresa del Niño Jesús.

Card. Luis Héctor Villalba, arzobispo emérito de Tucumán

Los obispos de la Arquidiócesis de Tucumán, de la Diócesis de La Santísima Concepción y de la Prelatura de Cafayate, a quienes nos toca pastorear al Pueblo santo de Dios que peregrina en el territorio de la provincia de Tucumán, queremos expresar con todo respeto y claridad a la comunidad católica y a las personas de buena voluntad el pensar, el querer y el actuar de la Iglesia respecto a la “dignidad infinita del ser humano”. «Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre» (Dignitas Infinita, 1).

La Iglesia en Tucumán desde hace muchos años atiende, contiene y acompaña, tanto personal como grupalmente, la realidad de hermanos y hermanas trans* y en muchas situaciones de vulnerabilidad, buscando siempre el amor, la misericordia, la inclusión, la dignificación..., abrazando la vida como viene en todas las circunstancias y contextos.

El Papa Francisco nos enseña que un “desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer... Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que «el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir, pero no separar» Lo creado nos precede y debe ser recibido como don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso significa ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada» (Amoris Laetitia, 56),

También el Papa Francisco recordaba que «Tampoco se puede ignorar que, en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen sólo factores biológicos o genéticos, sino múltiples elementos que tienen que ver con el temperamento, la historia familiar, la cultura, las experiencias vividas, la formación recibida, las influencias de amigos, familiares y personas admiradas, y otras circunstancias concretas que exigen un esfuerzo de adaptación. Es verdad que no podemos separar lo que es masculino y femenino de la obra creada por Dios, que es anterior a todas nuestras decisiones y experiencias, donde hay elementos biológicos que es imposible ignorar. Pero también es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido. (Amoris Laetitia, 286).

Lo que realmente nos preocupa es que se pueda de alguna manera inducir a niños y adolescentes con tratamientos irreversibles que todavía no están aptos para recibir. Debiendo predominar la “libertad responsable”, la bioética enseña que niños y adolescentes gozan de la misma, aunque limitada, por carecer de la madurez que les permita tomar decisiones que comprometen su vida a futuro, ya que su identidad se encuentra en formación y no pueden consentir válidamente decisiones médicas que puedan resultar irreversibles.

Los adultos debemos cuidar y proteger a los niños y adolescentes ayudándolos a integrar su experiencia afectiva y corporal y custodiar su desarrollo integral, entendiendo la naturaleza humana “como persona sexuada que es totalidad bio-psico-socio-espiritual.

Consideramos que el “principio de precaución”, aplicado junto al principio de “primero no hacer daño”, impone ser prevenidos y abstenerse de intervenciones que en virtud de los derechos humanos y los derechos sexuales puedan contradecir los derechos de los niños y adolescentes que priman sobre todo otro derecho.

El mayor servicio que se puede hacer a un niño que presenta incongruencia de género es el de la escucha y el acompañamiento en verdad y responsabilidad. Una y otra se necesitan mutuamente, una y otra deben actuar al unísono.

Invitamos a la comunidad católica, a sus instituciones, asociaciones y movimientos a una actitud pastoral inspirada en la escucha, la empatía y la misericordia. A recibir en la caridad fraterna y acompañar a las familias que viven estas situaciones difíciles. A las personas de buena voluntad, a vivir con dignidad la vida con todos los desafíos que hoy se presentan; y a dignificar a cada ser humano, por medio del respeto, el diálogo, la comprensión, la paciencia; especialmente el amor fraternal con todos, sin excepción.

El Jubileo de la Esperanza nos invita a ser pacientes en medio de las tribulaciones y a esperar contra toda esperanza, porque sabemos que “la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado (Rom 5,1-5)

Con nuestro amor de padres y pastores.

Mons. Carlos Alberto Sánchez, arzobispo de Tucumán
Mons. Roberto José Ferrari, obispo auxiliar de Tucumán.
Mons. José Antonio Díaz, obispo de Concepción
Mons. Fr. Darío Rubén Quintana OAR, obispo de la prelatura de Cafayate

Da alegría contemplar que la devoción a la Santísima Virgen está siempre viva en el corazón de nuestro pueblo. Como buena Madre, María nos une, nos hace sentir con fuerza que somos Hijos de Dios, familia de Dios, parte de la Iglesia, hermanos de todos. Como buenos hijos, le pedimos a María Santísima por el Papa León XIV.

Madre muy querida, nos reunimos para consagrarte solemnemente nuestra Diócesis de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña. Está en tus manos y queda en tus manos; es tuya, toda tuya, con todos sus desafíos actuales y futuros.

Te consagramos nuestras vidas. Lo hacemos con la certeza de que nos conseguirás de la infinita misericordia de Dios un nivel más alto de santidad, y así una mayor conciencia de nuestra misión como cristianos. Te lo pedimos para nosotros, y para quienes nos sucedan como hijos de Dios en esta Iglesia diocesana.

Necesitamos que nos enseñes a enamorarnos más de Dios, con todo nuestro corazón y nuestras fuerzas, a abrirnos a su amor y permitirle que oriente siempre nuestras vidas. Queremos ser un reflejo más nítido de tu Hijo Jesucristo, de su amor a los demás.

Te consagramos Madre las familias de nuestra Diócesis; que sean un lugar de amor, de paz y de alegría, como tu hogar en Nazaret donde cada uno vivía penando en el otro. No queremos caer en la horrible cárcel del egoísmo que encierra en lo que a uno afecta o molesta, y deja ciegos para la necesidad de los demás. Enseñanos a comprender, a querer con verdadera entrega y sacrificio.

Que cuides Madre a esos hijos que Dios confía a sus padres; que encuentren en ellos el afecto y la contención que necesitan, ejemplo, y que con cariño, fortaleza y paciencia sepan darles consejos acertados; que sus vidas sean humanamente muy valiosas y agradables a nuestro Padre Dios.

Te consagramos Madre a nuestros adolescentes y jóvenes; ninguno es ajeno a tu mirada, que no sean invisibles a los ojos de quienes debemos pensar en ellos y cuidarlos. No queremos pasar de largo ante sus necesidades que van más allá de lo material, y detenernos como buenos samaritanos: requieren oración, cercanía, escucha, apoyo, orientación, afecto. Llenalos de ilusiones y proyectos sanos, el mundo y la Iglesia los necesita.

Están consagrados a vos Madre los sacerdotes. Que con tu intercesión amorosa sean siempre sembradores del amor a Dios, sembradores y ejemplo de la unidad que pidió tu Hijo en la Última Cena. Que sean cada día más santos, y así bien activos y alegres en la misión que les confió su Hijo, el Sumo Sacerdote. El diablo sabe que bien metidos en el Corazón de Cristo y en el tuyo, siendo fieles y entregados, los sacerdotes hacen un enorme bien; defenderlos entonces de las insidias del maligno que buscará debilitarlos, desorientarlos de la verdad y del bien, que aflojen en el amor, en saber darse generosamente con fe y alegría contagiosa, cuidalos Madre.

Cuida también al Obispo de esta diócesis, a este humilde servidor que se confía ahora a tu poderosa intercesión, y a quienes como sucesores de los Apóstoles vengan detrás.

Necesitamos más sacerdotes. Tu corazón de Madre seguirá moviendo el corazón de muchos jóvenes; encendidos en amor a Cristo sentirán la alegría del llamado a seguirlo.

Que cuides Madre a los religiosos y a las religiosas; con gran entrega rezan y sirven a la misión, es enorme el trabajo. Que hagas siempre nuevo el amor que movió a cada uno, a cada una a seguir al Señor; que ese amor sea siempre joven y sea alegre su testimonio, su vibración misionera. Consigue de Dios las abundantes vocaciones que necesitan.

Queremos Madre que esta consagración que ahora te hacemos sea un momento de gracia que impacte con fuerza en nuestro corazón y oriente decididamente nuestra vida hacia Dios. No queremos ir como rengueando, distraídos, sirviendo a dos señores; que ilumines nuestro camino y nos des fuerzas parar vencer en las luchas espirituales de cada día. Te lo pedimos para nosotros y para los fieles que nos sucedan en el tiempo en esta Diócesis.

Concédenos Madre ser instrumentos para llevar al mundo hacia Dios. No se te ocultan los muchos males que lo aquejan, tampoco los que impactan en nuestra sociedad chaqueña: bajezas morales, pecados contra la vida, situaciones sociales indignas, inhumanas; sufrimientos, privaciones; faltas de fraternidad, de amor, de solidaridad; todo hiere tu corazón de Madre. Ayudanos a vencer el mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones con efectos incalculables, es del corazón del que proceden el bien y el mal.

Te consagramos todo lo que somos, Madre, para que seamos instrumentos del bien, jamás del mal. Que no salga de nosotros una mínima crítica, algo que hiera; ahí no puede estar Dios, sí el diablo generando desunión, discordia, matando, destruyendo y excluyendo al hermano, haciendo sufrir. Te pedimos que nos trasformes, danos comprensión, paciencia, la sonrisa amable, deseos de ayudar, de servir.

Que nuestra vida y la de quienes vengan detrás no se desvíe del camino, y que siempre sepamos volver a Dios que nos ama infinitamente, nos perdona y fortalece. Que dejemos que la Eucaristía nos transforme; que tratemos a Dios en la oración, que escuchemos la voz del Espíritu Santo, que guíe siempre a todos, que guíe nuestra Diócesis.

Te consagramos Madre nuestras tareas misioneras, nuestros catequistas y agentes pastorales, las Instituciones y Movimientos. Que ahora y en el futuro sigas impulsando a quienes debemos llevar el mundo hacia Dios, hacer presente la caridad de Cristo, y ayudar a que muchos escuchen su voz y encaminen sus vidas en la fe, en la esperanza. ¡Cuántos necesitan tocar la cercanía y el consuelo de Dios!, y somos instrumentos suyos.

Todo está en tus manos Madre querida, camino seguro para que esté siempre en las manos de Dios y se sigan obrando tantos milagros en nuestra Diócesis, en nuestra gente: conversiones, matrimonios santos; un entorno mejor, más justo, que no excluya a nadie; que luzca la honradez, el respeto, el amor a la verdad y al bien, ¡protegenos Madre!

Agradecemos tu amor de Madre que siempre se anticipa y sabe lo que más nos conviene. Queremos embellecer a la Iglesia con una mayor santidad, que siempre se note en la Diócesis, en las familias, en la convivencia, en el servicio, en especial a los más pobres y a los que sufren. Que se superen tantos males que nos aquejan.

Consagramos nuestra Diócesis, nuestras vidas, a tu Corazón Inmaculado, Santa Madre de Dios. Nos duelen los pecados, los personales, y tantas ofensas a Dios por todas partes. Nos ayudarás a una conversión sincera y a la conversión de tantos y tantas, a reparar unidos por la penitencia lo que hiere al Corazón de Cristo, a tu Inmaculado Corazón. Buscaremos tu intercesión con el Santo Rosario para nosotros y nuestras familias, para la Diócesis y, unidos al Santo Padre para todo el mundo y por la paz.

Bajo tu protección nos acogemos Santa Madre de Dios, no desoigas nuestras súplicas en las necesidades, antes bien líbranos de todo mal, ¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.

El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que cuando Jesús subió al Cielo, los Apóstoles regresaron a Jerusalén. Subieron a la sala donde solían reunirse, e íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús (Hech 1, 14).

Estaban con María, se apoyaban en la Madre que les dejó Jesús, y que nos dejó también a nosotros. Tendrían que ir por todo el mundo a predicar el Evangelio, y las perspectivas no eran para nada alentadoras; los perseguían las autoridades judías que mataron a Jesús, y en el resto del mundo mataban a quienes no aceptaran a sus dioses paganos. María comprendía sus miedos, sus inseguridades, los ayudaba a confiar en Dios: ningún obstáculo por grande que pareciera podría detener su misión. Confiaron en que Dios tiene sus caminos, tantas veces incomprensibles para nosotros; lucieron por su esperanza, incluso a la hora de sufrir el martirio.

Esa confianza en Dios, esa esperanza, estaban con creces en María. Lo primero que conocemos de Ella es que respondió con un rotundo al anuncio del Ángel. Era una chica joven, no sabía qué le esperaba, pero fue valiente, confió absolutamente en Dios.

La Virgen sale poco en los Evangelios. Se recogen sus palabras en las bodas de Caná: hagan todo lo que Él les diga. Así vivía Ella, buscando la Voluntad de Dios y cumpliéndola.

No faltaron en su vida inseguridades, miedos, sufrimientos. Un edicto del Emperador los obligó a ir a Belén, así respondió Dios a la duda sobre si debían viajar o no. Sufrieron al no encontraron lugar para alojarse y acabaron en un establo, pero lo pastores que aparecieron fueron una señal clara de la cercanía de Dios Padre. Fue alegre la sorpresa al recibir a los Reyes Magos, pero tremendo el miedo al tener que huir a Egipto, a las corridas y sin nada, eran pobres.

Fue durísima la angustia al perder a Jesús con 12 años. Al encontrarlo en el Templo, María le dijo: ¿Hijo, porqué nos has hecho esto? No entendió su respuesta; el Evangelio sólo añade que María todo lo guardaba en su corazón, meditándolo; buscaba descubrir qué quiere Dios, cuál es el camino.

Cuántas alegrías tendría María viendo crecer a Jesús, al acompañarlo en su vida pública. Le dolería verlo cansado, sufrir críticas, amenazas, mal trato, traiciones. ¿Entendería porque el Padre Dios permitía todo eso? Confiaba; Él había dicho: Mis pensamientos no son los pensamientos de Uds., ni los caminos de Uds. son mis caminos. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que los caminos de Uds., mis pensamientos más que los pensamientos de Uds. (Isaías 55, 8-9).

Le pedimos a Nuestra Madre del Cielo la Gracia de confiar más en Dios y así, aunque no entendamos sus caminos, cosas que cuestan y permite, sea una esperanza más viva la que meta serenidad y paz en nuestro corazón, incluso optimismo en medio de las dificultades.

Parece imposible mayor crueldad que la que sufrió Cristo en la Cruz. El Evangelio dice: Stabat Mater: estaba con firmeza la Madre junto a la Cruz. Jesús obedecía al Padre, también obedecía María acompañando a su Hijo. Guardaba todo ese sufrimiento en su corazón, meditándolo; era inentendible, pero la esperanza la sostuvo. No se equivocó: al tercer día llegó la alegría de la Resurrección del Señor, de la humanidad redimida.

Jesucristo le hizo un encargo: ahí tenés a tu hijo, y esos hijos somos nosotros. La Virgen está siempre junto a cualquier hijo que sufre, que lo pasa mal, que se siente solo: no somos huérfanos. María nos hace sentir aquello que afirmó San Pablo: para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para su bien (Rom 8, 28).

La esperanza cristiana no es la seguridad de que un enfermo se va a curar, o que un problema se va a resolver como por magia, aunque por la oración conseguimos que muchos recuperen la salud y que tantos problemas se resuelven. El rey David nos da la pauta de lo que es nuestra esperanza: Si un ejército acampa contra mi, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, en ella yo esperaré. Una cosa pido al Señor por los días de mi vida, gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo (Sal 27, 2-3).

No se trata de ser insensible ante el dolor, pero, aunque parezca que todo el mal se nos viene encima, mi corazón no tiembla porque espera en el Señor, Él tiene la última palabra. María nos ayuda a mirar hacia adelante, a poner los ojos en la vida eterna para gozar de la dulzura del Señor, contemplarlo.

Leo unas palabras del Papa Francisco: Dios nunca deja que nos hundamos, no cabe la desesperación, el desaliento (Homilía en Aparecida, 2-XI-2013).

No nos faltan dificultades en la vida, incomprensiones, situaciones duras, a veces familiares; falta de plata o de trabajo, enfermedades, o lo que sea; nos afectan tantos males sociales. Dios no quiere el mal, lo permite. Añadía el Papa Francisco: Por menos esperanzador que parezca el horizonte: Dios camina a nuestro lado, María nos lleva en sus brazos, María está. Así como fue con prisa a la casa de Santa Isabel cuando intuyó que necesitaría de su compañía, con esa prisa se hace presente en nuestras vidas, nos da una visión positiva de la realidad (cfr. ibid.).

Visión positiva de la realidad: somos hijos de Dios, y somos hijos predilectos de María. No pongamos la esperanza en los ídolos: el dinero, el éxito, el pode, el placer. (…) … llenan el corazón de soledad y de vacío (cfr. ibid.). Caminemos con optimismo, agradeciendo tantas alegrías, con la seguridad que nos da la fe; siempre confiando en Dios, que las cruces las lleva Cristo con nosotros, y siempre trae bienes, y el más importante es el Cielo.

Hagan todo lo que él les diga. ¿Qué nos dice Jesús? Que nuestro corazón esté siempre limpio, que busquemos el perdón de Dios. Que nos alimentemos con la Eucaristía, que nos apoyemos en la fuerza de la oración, que seamos servidores. Y que caminemos por la vida con paz, con serenidad, acudiendo mucho a María, la Madre que cumple con su misión de cuidarnos.

 Dios quiere que llevemos esperanza a las familias, a los vecinos, por todas partes, que la contagiemos. El Papa León XIV pidió hace poco que mientras estamos en camino, como individuos, como familia, en comunidad, especialmente cuando aparecen las nubes oscuras y el camino se percibe incierto y difícil, levantemos la mirada, contemplémosla a Ella, nuestra Madre, y volveremos a encontrar la esperanza que no defrauda (Papa León XIV, 14-VIII-2025).

Acabo con una oración: Acuérdate. Virgen Madre, cuando estés ante los ojos del Señor, de hablar bien en nuestro favor. Estamos seguros de que María lo hace. Así sea.

Mons. Hugo Nicolás Barbaro, obispo de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña

Lecturas: Jonás 4,1-11; Sal 85; Lc 11,1-4

Queridos hermanos y hermanas, autoridades, personal del Servicio Penitenciario Provincial, familiares y miembros de esta comunidad:

Hoy damos gracias a Dios por estos 40 años de servicio de una institución que cumple una tarea tan sensible como necesaria: cuidar, acompañar y ayudar a quienes transitan momentos difíciles en su relación con la ley y con la sociedad. En esta Eucaristía queremos poner en el altar su vocación, su entrega y su compromiso con la justicia y la dignidad humana.

La Palabra de Dios nos hace ver dos facetas de una misma realidad: misericordia y conversión. La primera lectura (Jon 4,1-11) nos muestra a Jonás, enojado porque Dios ha tenido compasión de Nínive. Jonás quería ver el castigo; Dios, en cambio, busca la conversión. Le enseña al profeta que su misericordia es más grande que su irritación, que Él no se complace en la destrucción, sino en la vida que renace. Este texto nos invita a mirar el corazón del Dios justo y compasivo, que nunca se cansa de ofrecer una nueva oportunidad. Y ahí está la raíz de toda tarea penitenciaria: no sólo custodiar, sino acompañar procesos de cambio y de esperanza.

En el Evangelio (Lc 11,1-4), Jesús enseña a sus discípulos el Padrenuestro. Nos revela un Dios que es Padre, que perdona, que nos sostiene en la lucha contra el mal. Cada palabra de esa oración es una pedagogía de vida: nos enseña a vivir desde la confianza, el perdón y la fraternidad.

El Servicio Penitenciario no es sólo una institución de control, sino también un espacio de humanidad y de reconstrucción-restauración. La Iglesia, desde su doctrina social, recuerda que “no hay pena sin esperanza”* (Papa Francisco, discurso al Congreso Internacional de Pastoral Penitenciaria, 2019).

Cada interno conserva intacta su dignidad de hijo de Dios, aunque haya errado el camino. Y quienes trabajan en este ámbito son servidores de esa dignidad, guardianes del respeto, promotores de una justicia que no se reduce al castigo, sino que busca la restauración.

Ustedes, mujeres y hombres del Servicio Penitenciario, están llamados a ser instrumentos de misericordia y equilibrio: firmes en la autoridad, pero también sensibles ante el dolor humano. Su tarea es un servicio al bien común, una forma concreta de amar a la sociedad y contribuir a la paz social.

En este 40° aniversario, damos gracias por todos los que entregaron su vida en este servicio, por quienes día a día trabajan con responsabilidad y compromiso, y pedimos al Señor que renueve su vocación con sabiduría, prudencia y humanidad. Que el Espíritu Santo fortalezca su misión para que cada gesto, cada decisión, cada jornada de trabajo sea reflejo de un corazón justo y compasivo.

Pidamos a la Virgen de la Merced, patrona de las cárceles e instituciones penitenciarias y de los cautivos, que interceda por ustedes y por todos los que están bajo su cuidado. Que María los cubra con su manto y los guíe en la noble tarea de servir a la sociedad desde el respeto, la justicia y la misericordia. Amén.

Mons. José Adolfo Larregain OFM, arzobispo de Corrientes